
Para aquellos que poco se han enterado de su pasado, para quienes la Historia es motivo de bostezo y aburrición, quiero decirles que no se preocupen, que México no está dividido por motivos del presente, que nuestro México, Lindo y querido, siempre ha sido un mosaico de grupos distintos, lenguas diversas, costumbres diferentes, con enfrentamientos y luchas, lo mismito que el mundo entero.
Casi todos los países o territorios, integrantes de este orbe que nos tocó en suerte, nos tiene con los pelos de punta, y nada menos, que por su propios habitantes. La tierra, se ha vuelto un espacio, escenario, o como quieran llamarle, de inseguridad, hostilidades, destrucción. Y no es la tierra, ni el mundo, es la ambición, la soberbia humana exacerbada, la que genera el desastre.
¿Se les ocurre algún país, que no esté desmenuzado por Ambición, Envidia, Ira, Odio, Usura? Y me quedo con las vocales, aunque podría seguir con el alfabeto, pero, como no muchos leen, más vale no complicar las cosas. Si la gente es conformista, se aprovechan los medios actuales: una imagen dice más que mil palabras… Nos meten por ojos, orejas, y narices, diario, y a todas horas, espantosísimas escenas que nos dejan temblando el alma. Y se filtra esta violencia a los recovecos de la memoria y la imaginación, haciéndonos creer que nomás los buenos, con superpoderosos armamentos podrán habitar la tierra. Todititos estos bandos, profesan la Religión de las Vocales: Ambición, Envidia, Ira, Odio, Usura.
Nuestro México, como Nación, es un país joven, un chicuelo de 300 años cumplidos, muy extenso su territorio, poblado de origen, por grupos humanos de pensamientos y culturas distintas, como distinta es su naturaleza en sus múltiples regiones; sus fronteras, al oriente y al poniente, bañadas por inmensos litorales de extraordinaria belleza, lo convirtieron en punto clave de la comunicación marítima entre Oriente y Occidente, sobre todo, a partir de los grandes descubrimientos del Siglo XV.
Cuando el Naturalista Alexander von Humboldt, estuvo acá en 1803, recorrió lo que era entonces el Reino de la Nueva España, ¡quedó encantado! hasta dijo que el territorio tenía forma de cornucopia o Cuerno de la abundancia, adorno dorado, común en aquellos tiempos, por lo general con un remate de flores. Lo que no supo el Barón de Humboldt, es que las flores que tenía México, en su frontera norte, eran los Estados Unidos, de mentalidad expansiva desde su nacimiento; se desplazaron del Atlántico al Pacífico, y aún siguen necios, en apropiarse de tierras cercanas, y no tan cercanas.
El Virreinato de la Nueva España, al separarse de la Madre Patria en 1810, vivió 11 años de intermitentes guerras que lo dejaron desmadejado, a medio destruir. Constituirse en un país autónomo tuvo un alto costo para México. Sin la férula española, México era un arca abierta a las ambiciones del exterior. Una gran parte de los habitantes, despojados de tierra, habla, cosmovisión, se dispersó en el extenso y abrupto territorio, mientras aquellos que quedaban en las poblaciones, vivían en sumisión, o ninguneados, tuvieron muy poco acceso a la enseñanza, seguían hablando sus lenguas ancestrales. Por equivocación, les llamaron indios; en nuestros días, en vez de reconocer a la totalidad de mexicanos de distintas matrias, les dicen indígenas.
En 1821, México se volvió Imperio, Agustín de Iturbide y su cortejo duraron poco. En 1822, se le permitió a Esteban Austin, domiciliarse con 300 familias, en el territorio mexicano de Texas. Además, llegó hasta la capital, en misión secreta, Joel R. Poinsett, quería la cesión por parte del gobierno mexicano, -así tan tranquila y llanamente-, de los territorios de Texas, Nuevo México, y las Californias. En 1823 abdicó Agustín I. México, empieza a buscar la manera adecuada de gobernarse. En Estados Unidos, James Monroe declaró ese mismito año, la Doctrina Monroe: “América para los americanos”. La nacencia de México fue complicada, y desde chiquito, el país ha tenido que batallar muy arduamente para subsistir.
La Constitución de 1824 estableció el sistema Republicano y Federal, con 19 estados, 4 territorios y un Distrito Federal. Guadalupe Victoria ocupó la presidencia y Nicolás Bravo la vice, por 4 años. Los grupos de Escoseses y Yorkinos, meten bulla. Se sucedieron varios presidentes, hubo conspiraciones, levantamientos, y Antonio López de Santa Anna, aparece. En 1833, la epidemia del cólera morbo diezmó a la población, a Santa Anna lo nombran presidente, y en lo que él llega, Valentín Gómez Farías inició algunas reformas liberales, nada más que el clero, se puso al brinco con el Plan de Religión y Fueros.
En 1836, Texas se emancipó con la Batalla de San Jacinto, casi al mismo tiempo que España reconocía al México Independiente, en el Tratado de Santa María Calatrava. Santa Anna, ya era titular del Supremo Poder Conservador. En 1838, una escuadra francesa, con 10 barcos de guerra, abrió fuego contra San Juan de Ulúa. En esta invasión, conocida como La Guerra de los Pasteles, Santa Anna perdió la pierna derecha, y ganó el apodo del Quince Uñas. México, pagó seiscientos mil pesos de indemnización a Francia. A cambio, al año siguiente, Francia reconoció a Texas, como nación soberana.
El versátil Santa Anna, en 1841 ocupó de nuevo la presidencia, para dejarla en 1843, intervalo que aprovechan los Estados Unidos, para preparar su guerra contra México. En 1845, ellos deciden, la anexión de Texas a su país, y en 1846, John C. Fremont fundó la República de California; el gobierno mexicano no estuvo de acuerdo. Santa Anna acabó desterrado en la Habana. Estados Unidos, declaró la guerra y continuó el avance.
Volvió Santa Anna, y al frente del precario Ejército del Norte, salió de San Luis Potosí para combatirlos y expulsarlos. Al ritmo de La Cucaracha, tras una agobiante caminata de penurias, sin bastimento fijo, y pocas armas, en La Angostura, derrotaron al enemigo. ¡De nada sirvió! pues llegaron más tropas desde el otro lado; para remate, el gobierno Estadounidense, decidió apropiarse de una parte de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, y exigir tránsito libre por el Istmo de Tehuantepec. El gobierno mexicano, rechazó la descabellada petición, así que los gringos, por sus pistolas, avanzaron por Tampico, por Veracruz, y entraron al Valle de México. Yucatán vivía la Guerra de Castas. En Churubusco, Molino del Rey, y Chapultepec, se perdieron vidas y batallas. El presidente, don Manuel de la Peña y Peña se trasladó a Querétaro. Santa Anna, turbado, se fue a Turbaco, en Colombia, acompañado de su Doloritas Tosta.
Cuando en nuestro Zócalo capitalino, ondeaba la bandera de las barras y estrellas, las guerrillas por todos lados, y las “Margaritas, tan, darín, darán”, es decir, mujeres del pueblo y sus conocidos, apuñalaban a los invasores, aunque las familias ricas los recibieran con honores, para que sus niñas bailaran la Polka, y en una de esas, mejoraran la raza. Los estadounidenses, mediante el Tratado de Guadalupe Hidalgo, a cambio de quince millones de pesos, se anexaron, un millón trescientos cincuenta mil kilómetros: Texas, Nuevo México, y la Alta California, donde se desató la fiebre del oro. Su Ambición los ha involucrado en innumerables guerras, en las que jamás han ganado la Paz. Hoy en día, continúan expandiéndose, sin importarles, ni su propio deterioro, ni los tremendos conflictos y desastres que han suscitado en el mundo.
El 1853, volvió Santa Anna a la presidencia, apoyado por los cangrejos y las charreteras, es decir, los conservadores. Lo nombraron Dictador Perpetuo y Alteza Serenísima. La contienda de las facciones, ocasionó gran inestabilidad; desbarajuste que facilitaba amasar fortunas, en especial a los agiotistas, pues el gobierno no tenía ni un peso, y ellos, le prestaban para sostenerse. A México, le hacía falta tiempo, tranquilidad, y medios; las querellas eran intermitentes, las arcas de la hacienda pública estaban vacías. Por diez millones de pesos, los Estados Unidos compraron La Mesilla. Pagaron menos. Filibusteros, quisieron proclamar la República de Baja California, y apoderarse de Acapulco; las tribus fronterizas incursionaban a cada rato, hubo rebeliones en la Sierra Gorda y en Yucatán, revueltas políticas en Jalisco, Michoacán, y otros sitios. La experiencia de invasiones y despojos fue muy fuerte, pero sin duda, estas trágicas experiencias, propiciaron una lenta toma de conciencia.
Para marzo de 1855, Ignacio Comonfort y Juan Álvarez se unen al Plan de Ayutla, que desconoció a Santa Anna. Los liberales, expatriados en Nueva Orleans, los apoyaron e Ignacio Comonfort ocupó la presidencia. Santa Anna, salió por pierna rumbo al destierro, con Doloritas y su provisión de tzicli. En esta década, se emitieron las Leyes de Reforma; la Ley Juárez, de 1855 sobre administración de justicia: “todos los mexicanos son iguales ante la ley”. La Ley Lafragua, sobre libertad de imprenta. En 1856, la Ley Lerdo, para la desamortización de los bienes eclesiásticos. Pío IX, excomulgó a quienes aceptaran dicha ley, así que los no católicos, ni tantito titubearon, para comprar enormes propiedades, y crecieron los latifundios. La Ley Comonfort, estableció que los invasores sufrirían la pena de muerte. Con la Ley del Registro Civil y la Secularización de los cementerios, perdió el clero otra fuente de ingresos, aunque no su inmensa fortuna e influencia, pues sólo dejarían de pagarle los pobres.
En febrero de 1857, se estrenó la Constitución, y don Benito Juárez, presidente, dio vigencia a las Leyes de Reforma, asunto que desencadenó la Guerra de Tres Años. Hubo un sinfín de contrariedades financieras, y el gobierno juarista, sin dinero, canceló el pago de la Deuda interna y externa. Las flotas de España, Francia, e Inglaterra, bajaron anclas en el puerto/puerta de Veracruz. Manuel Doblado hizo las negociaciones, España e Inglaterra se retiraron de momento.
Ya se van los españoles, con ellos la gente fina.
Ya se quedan los franceses, con látigo y guillotina…
La gente cantaba y Francia invadía; aprovecharon que los Estados Unidos, andaban muy afanados en su guerra civil.
Napoleón III, pretextó apoyar a Carlota y Maximiliano, invitados por los conservadores, a fundar un Segundo Imperio. La joven pareja, conocía el oficio de gobernar. Ambos, estudiaron la Historia de México, intentaban entender y mejorar las condiciones del país que habían adoptado. Ambos, de ideas liberales, con ayuda de don Faustino Chimalpopoca Galicia, buscaron restituir sus tierras a las comunidades originarias, abrir escuelas en cada ranchería u obraje, donde se aprendería la lengua de la región, además del español.
Sobre la Carta de la República, elaborada y publicada por Antonio García Cubas en 1863, Manuel Orozco y Berra, dividió el territorio nacional en 50 Departamentos, bajo la autoridad de 8 comisarios imperiales. Las señoras, trabajarían apoyando a sus esposos, vigilando escuelas, cárceles, y beneficencia. Se establecerían viveros para conservar, estudiar, proteger la naturaleza de cada región, con sus especies nativas, teniendo muy en cuenta, los conocimientos prehispánicos. La civilización prehispánica se preservaría y sería objeto de investigación y estudio, igual que los museos.
El alcalde Ignacio Trigueros embelleció el zócalo con árboles y fuentes, para los paseantes en noches de luna; apoyado por Carlota, trajo a México la educación para ciegos y sordomudos. Cuando Maximiliano viajaba para conocer el territorio, Carlota ocupó la Regencia. Fue la primera mujer que gobernó México, con autoridad oficial. Ella visitó Yucatán. Trabajó y puso fondos de su bolsa, para la Casa de Maternidad e Infancia, con departamento de partos ocultos; también cuidó personalmente del Hospicio, en apoyo de las mujeres y los huérfanos.
Embarazada, viajó a Europa para entrevistarse con Napoleón III, que presionado por los Estados Unidos y Prusia retiraría su ejército. Luego, en privado, durante una hora, habló con Pío IX en el Vaticano. Carlota tenía miedo, por ella y por su bebé, el papá era Feliciano Rodríguez de la Rocha, así que, mujer adúltera, tenía en contra a los Habsburgo, su poderosa familia política, y al mundo entero. Estando en París mostró síntomas de su angustia. En Roma, quizás, ante los oídos sordos del Papa, se desmoronó. Su hermano menor, Felipe, la trasladó a Miramar.
Intentó huir. Ella, había prometido a Feliciano, que su hijo nacería en México. La tuvieron prisionera en el Castelleto, atendida por el doctor Riedel, director del manicomio de Viena, y el doctor August Jilek médico de cabecera de Max. Al nacer su pequeño, se lo arrebataron. Permaneció sedada y aislada. Sus fieles camaristas, Mathilde Doblinger y Amalia Stöger, murieron allí, bajo circunstancias muy misteriosas. Su cuñada, Enriqueta, de Bélgica, y el Barón de Göffinet, lograron rescatarla. Vivió en las penumbras de su insania hasta 1927. La familia de Feliciano, quemó todos los papeles referentes a su relación con Carlota.
En México, tras el fusilamiento de Maximiliano y sus generales, había que reconstruir sobre escombros y rencores. Don Benito, regresó a la capital ese 1867, decretó la Ley Orgánica de Instrucción Pública y al abrir el Congreso, se reelige. En 1870, queda otra vez presidente, y Sebastián Lerdo de Tejada, vicepresidente. Murió don Benito en 1872, Lerdo de Tejada asumió el cargo. México, tenía entonces una población aproximada, de nueve millones de habitantes.
Porfirio Díaz, anti reeleccionista, subió al poder en 1877 y lo dejó en 1911. El Porfiriato, tuvo infinidad de matices, como cada época. México, podríamos decir, que estaba en plena pubertad; hubo aciertos, pero también ambigüedad y represión. Trató de negociar y conciliar. No suprimió las leyes anticlericales, pero tampoco fueron aplicadas, y para muestra basta un botón: la Virgen de Guadalupe fue solemnemente coronada en 1895. Se incrementó el problema de tierras con las Compañías Deslindadoras, el caciquismo y los dedos chiquitos, como llamaba el periodista Trinidad Sánchez Santos, a los favoritos de los caciques; se volvieron una calamidad.
Las votaciones eran una farsa, nomás se guardaban las apariencias. Conforme pasaron los años, centralizó el poder, aumentó su autoritarismo, apoyó a los económicamente más poderosos, ya fueran locales o extranjeros, pactó con inversionistas y empresarios. Los gobernadores, presidentes municipales, y demás, siguieron su ejemplo, que por desgracia, aún pervive. Estableció relaciones diplomáticas con otros países, buscando contrarrestar el poder de los Estados Unidos.
Así fue que México empezó a unificarse, a tener identidad, y algo de soberanía. Los habitantes, sumaban ya quince millones en 1910. Las haciendas crecieron, gracias a la desamortización y el deslinde de tierras; los peones, sobre todo en el sureste, sufrieron las peores condiciones, al igual que yaquis y mayos deportados. Se pretendió uniformar a la población, y hasta blanquearla. Predominaba lo rural, pero las ciudades eran el progreso. Se querían parecer a los Estados Unidos y París, resaltando cada vez peor los contrastes, la desigualdad, y los vicios políticos.
México entró a una adolescencia muy aguerrida, de enojo. Nuestros abuelos y bisabuelos anduvieron de Adelitas y Juanes, batallando muy en serio por mejorar la situación, transcurso que intentó abatir las oligarquías. Otra vez, nuestro México, estuvo inmerso en sangrienta guerra civil. Se sucedieron distintas etapas, cada quién tenía su motivo o razón, pero la paz ¡ni sus luces! Un partido intentó evitar tanto conflicto, sin embargo, la ambición, a mediados del XX tuvo más peso. Y el comunismo se volvió: ¡el petate del muerto!
Tampoco era posible sustraerse a lo que pasaba en el resto del mundo; el ansia de poder, aparejada a la acumulación de bienes y dinero, el tener en vez de ser, se ha convertido en la panacea, sin tomar en cuenta que en el fondo, esto no suplanta la falta de amor, por eso necesitan cada vez más; aparte, compiten, para sacar el pie delante, al de junto, prolongándose el cuento de nunca acabar.
Volviendo a nuestro México Dividido, su crecimiento ha sido arduo, continúa en nuestros días, como un proceso lento y difícil. La religión de los vencedores en el Siglo XVI, representa un asunto clave, pues se convirtió en la vertiente de pensamiento, de quienes se consideraron los nuevos dueños, los que sustentan el triunfo, la encomienda, a quienes la riqueza les pertenece, y los otros, son los vencidos, que por su calidad de vencidos, además de perderlo todo tuvieron que someterse y aceptar, o aparentar que aceptaban, las imposiciones de los vencedores.
De esta manera, se fue integrando la amalgama, la mezcla que somos. Con los españoles llegaron gentes de África, de Asia, de todos los rumbos conocidos, y enriquecieron nuestra cultura formando un entrevero de seres humanos muy diversos. Lo admirable, es que México, con toda esta carga de arrebatos, descomedimientos, empellones, guarda lo mejor de su origen y agregados; somos un pueblo que se mantiene en pie ante las adversidades, guerras, epidemias, desastres. Recobra la alegría de vivir, aún en medio del cascajo.
Por ello, a pesar de nuestros muchos defectos, tremendas diferencias, gritos destemplados, hemos aprendido que la violencia destruye; que la ambición, ese afán desmedido de riqueza, poder, y fama, no es más que un reflejo de añejas carencias, y quizás, se toma de la mano con la envidia, que señala el diccionario es: el pesar del bien ajeno, y con la ira, esa que desata la violencia, el odio, la aversión que desencadena desgracias, contra personas o cosas, y por último con u, la usura, que al fin y postre, es la última vocal, y son esas cinco letras, con sus respectivas palabras: la misma gata revolcada, que ha traído a la humanidad por tantísimos siglos, desolada, sin paz ni sosiego, ocasionando camorras sin fin. En México, han sido ya muchos años de aprendizaje, sabemos de qué se trata, tenemos los medios, y superaremos el desfile de las vocales: Ambición, Envidia, Ira, Odio, Usura. Tenemos la calidad y grandeza humana para suplantarlas por: Apapacho, Espiritualidad, Imaginación, Oficio, Urbanidad.
María Teresa Bermúdez
Primavera 2024.