Presentarme a mí misma no es fácil

Me llamo María Teresa, me tocó ese nombre por mi querida abuela paterna. A mi abuelo Félix, por el lado de mamá, lo conocí pocos años. Es un personaje entrañable que guardo en mi corazón y mi memoria. Nací un siete de abril, del mil novecientos cuarenta y tres, el año que hizo erupción el volcán Paricutín, en Michoacán. 

Yo aterricé en la Ciudad de México, justo frente al Ángel de la Independencia, en el sanatorio Reforma, que es ahora la bolsa de valores, llena de ficción. Ese día siete se celebra el día de San Epifanio, y al abuelo Félix le dio por llamarme pi, que luego quedó en Mariapi. De allá me viene el título.

Mi papá desde chiquita me contaba cuentos. Después me leía, proporcionándo el tono que la narración ameritaba, a veces engrosando la voz, otras haciéndola tipluda. Para mí, una delicia escucharlo. La sobremesa, era larga, interesante, muy divertida. Sin olvidar que mamá, parentela y amigos, eran bastante ocurrentes, chistosos. La conversa, el pormenor, las lecturas de Margarito Ledesma entre carcajadas, se les daban tanto como los sesudos coloquios. Así aprendí lo que me gusta hacer. Me gusta leer, me gusta escribir, me gusta contar historias. Nací, por suerte, en éste México, tan llenito de bellezas inigualables, contrastes que paralizan, gente de relajo y grito, locura sin fin bajo un sol que resalta la vida. En mi familia fuimos un montón, jugábamos en la calle, con los escuincles de la cuadra. 

El colegio me gustó por las amigas, de lo que enseñaban me quedaron algunas bases, pues nunca fue para mí un regocijo estudiar lo que no me interesaba, ni hacer lo que era obligatorio. Yo, muy poco entendía de lo que pasaba a mi alrededor. Empezando por el misterio, de tener hermanos muy seguido; terminando con el espantoso infierno a donde iría, casi segurito, en opinión de algunas monjas y algotros sacerdotes, por aquello de cometer pecados. 

Entre clases, recreos, calificaciones medio ocres, confesiones semanales,  mala fama por comunista, por andar averigüando sobre la reencarnación, cuando cuenta me dí, ya tenía que inscribirme en la universidad. y yo, despistada. Necia por entender, aunque fuera de a poquito, decidí estudiar historia, a ver si captaba algo. Descubrí lo que me encanta, que es la vida. Y la historia es la vida misma.

Los mexicanos conocemos poco, o algo desvirtuada, nuestra historia, lo que nos enseña cómo fuimos, para entender porqué somos. al tener más idea de lo que ha ocurrido, quizá podamos comprendernos mejor.

  María Teresa Bermúdez