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Relatos

Eva, la de Adán

By 2 julio, 2020mayo 24th, 2021No Comments

¿A qué hora habrá ocurrido aquello de probar la manzana?

Tal vez era de mañanita, allá en el paraíso terrenal. Cuando el sol se despereza y suelta sus primeros rayos, los seres vivos se despiertan, las plantas se dan gusto bebiendo el rocío que les dejó la aurora, y a una también le da hambre, y en ese sitio, donde se cuenta que andaban Adán y Eva, pues no habrá sido distinto. ¿Será verdad o es un vil engaño, eso de que la serpiente le habló a Eva para ofrecerle el suculento fruto? Tampoco se sabe exactamente a qué hora habrán platicado. ¿Y si el Adán estaba junto a Eva? ¿O si los dos decidieron comer del fruto prohibido?

La serpiente es un símbolo antiquísimo, más antiguo que la Biblia, donde se cuenta lo del paraíso terrenal. Y desde antes que contaran lo del edén, la serpiente tenía que ver con la madre tierra, la diosa madre, principio y fin, que crea y devora, renace y muere. Algunas diosas, miles de años atrás, presentan a la serpiente como signo que las define, basta con pensar en  Artemisa, Perséfone, las sacerdotisas cretenses o  Coatlicue, la de la falda de serpientes. Se dice que es por la mujer que el espíritu puede involucrarse en la materia y en el mal. Mudar la piel le otorga a la serpiente el atributo de los poderes adversarios, positivo y negativo, emblema sexual ambiguo, guardiana de recintos sagrados y de las entrañas de la tierra.

¿Será por eso que las mujeres infunden respeto? ¿Quizás miedo? Dicen que son las mujeres quienes detentan el don de adivinar, las que auguran, las que previenen. ¿Por qué pusieron a Eva en pláticas con la serpiente y hasta dicen que ella la aconsejó? ¿No será ésta la señal del cambio que vivimos? Milenios de opresión bajo el yugo de dominadores sólo han traído destrucción y muerte a la humanidad. En tiempos antiguos las mujeres transmitían la revelación divina a los pueblos. Y la serpiente, alegoría del oráculo, imagen de prudencia, astucia e inteligencia, desde su mención en la Biblia y el paraíso, se volvió un paradigma del pecado y del diablo.

¿Habrá sido al atardecer? quizá durante una dorada puesta de sol, al terminar el día, cuando la noche trayendo de la mano a la luna invitaba al reposo, y en ese momento la Eva se le presentó al Adán con la jugosa manzana. Difícil aclararlo. El cuento es que por la sabrosa fruta, que comieron en el jardín dónde estaban, Eva, que nos han dicho que fue la primerita mujer, la mujer de Adán, y Adán el primer hombre creado por dios, hicieron montar en cólera a su creador. Pensándolo bien y en tal caso, no sólo la Eva, también el Adán, pasó a fastidiar al resto de la humanidad, por los siglos de los siglos amén.

Es bien sabido de esa primera pareja, que los dos tuvieron que salir del famoso jardín del edén. Los corrió un dios iracundo de largas barbas, según dicen. Total, que como Eva y Adán lo desobedecieron, no hicieron exactamente lo que él  ordenaba, les cayó el castigo, fueron rechazados con violencia, y los abandonó a su suerte. Y a la Eva, además de que la tildaron de ser la mala, la que hizo pecar al Adán, le acomodó tremenda condena. El dios encolerizado ordenó que en adelante, puesto  que ella fue la primera mujer, que ella y toda su descendencia tendrían que parir con dolor. Quien le mandó a la Eva andar de entrometida. Yo me pregunto, si ese dios no tuvo en cuenta, al pequeño que sufriría al parejo de la madre, los malos tratos que muchas veces ocurren cuando los niños llegan al mundo; todititos, no nada más las niñas.

Y al Adán, lo mismo, le cayó un tanto de la condena: tendría que trabajar con fatiga y desvelo, igual que la Eva. Analizando, le cayó mucho peor a Eva, pues aparte le tocó cargar con el estigma de haber cometido el primer pecado original. Un pecado es: “hacer, pensar o decir algo que no aceptan los preceptos religiosos.” ¡Y vuelta al tema de la desobediencia! Pues el dios, o ¿los preceptos religiosos?, o ¿los dos al unísono?, detestan la desobediencia.  De inmediato se repartió equitativamente el dichoso pecado original. Dijeron que es el que nos toca a la humanidad enterita, por ser descendientes de Adán y Eva. Ellos, los que se comieron la mencionada manzana, que bien a bien no se entiende muy claro que digamos, a qué se refiere. Ahora sí, pagamos justos por pecadores. Tenemos entonces a un dios muy enojón, una desobediencia que no tolera, y para remate, un pecado original y una culpa. Cuatro elementos que nos marcan de por vida.

El dios emberrinchado y gruñón le acumulaba atributos a la  colección de Eva. Refieren que ella había sido creada de una costilla de Adán, creada para hacerle compañía, porque según eso, el Adán estaba medio aburrido allá en el ameno lugar que dios le había destinado. Esto implica que al salir de la costilla, la Eva era de segunda, o sea, tenía dependencia. De remate al ponerla en el paraíso, no estaba allí para ser feliz como Adán, servía para espantarle el tedio al compañero. Siendo así andarían juntos y muy contentos, se supone. En un de repente, la Eva desobedece por andar comiendo lo que no debía, e invita al Adán, muy generosa le convida para que también él coma del fruto prohibido, el fruto de la sabiduría, ¿será? Pobre Adán que se dejó dominar por su propia costilla, ni siquiera por su cerebrito. Y la verdad, apenas ha de haber probado la manzana.

 

Volviendo a Eva, después de encaminar a su compañero al pecado, le cae a ella el castigo, el castigo eterno, eterno porque empezó en ese momento pero jamás, nunca jamás, tendrá fin.  El dios sin aplacar su ira, los arroja a ambos dos de ese espacio de delicias. –“Tanto peca el que le detiene la pata a la vaca, como el que la mata.”- decía mi madre. Y allí no termina, más bien empieza, dicen, la mala suerte de Eva, de Adán, y de  todititos sus compañeros, por los siglos de los siglos, hasta hoy que tenemos pandemia y pandemónium amén. O más exactamente, el castigo divino de los dos y de su prolífica descendencia.

En la Biblia se narra esta historia. Que la creación, y que dios, y que Adán, y que Eva, y que son nuestros primeros padres. Sin embargo el mundo, la madre tierra que habitamos, ya tenía sus añitos de existencia, cuando los padres de la iglesia, los doctos: Agustín, Cirilo, Tomás, y otros muchos varones venerables tuvieron la idea de escribir el Nuevo Testamento.

La Historia con mayúscula, se refiere a las maravillas de la civilización, los hombres que la construyeron, héroes valientes, vencedores de batallas, dominadores, inteligentes y demás. La historia de las mujeres ha permanecido muy silencita, en la sombra, se refieren a ellas como apéndices de los individuos creadores. No obstante, las mujeres desde siempre han estado al lado del hombre, aunque pretendan ponerlos a distinta altura. Entre ambos tienen hijos que perpetúan la especie, encontraron mejores formas de vida,  hicieron agradable la convivencia y la comida, con sus excepciones, claro está, o caerían en el tedio más espantoso. Inventaron  desde una cama o una hamaca para dormir cómodos, hasta un aparato que vuele a otros planetas en busca de paz, cuando esa anhelada paz, ni aquí en la tierra la han conseguido. A Eva y Adán, si no lo fueron, los pintan como verdaderos enemigos.

Hubo una época, muy remota, en que los seres humanos empezaron a comprender su hábitat; poco a poco descubrieron con susto y gran asombro, que eran las mujeres quienes daban a luz, es decir parían a los hijos, a los nuevos seres humanos. Pavoroso misterio que permitía la continuación de la especie, y que les hizo tomar conciencia, de que era la mujer la dadora de vida. Habrán aprendido igualmente, muy despacito y con timidez, que era indispensable la cooperación de ambos para que las mujeres quedaran preñadas. Ellos habrán descubierto en la práctica un montón de cosas para subsistir. A relacionarse entre ellos y con su hábitat, a conocer las hierbas, los frutos o raíces para alimentarse, para sanar, tuvieron poco a poco conocimiento de la tierra, de las estrellas que les rodeaban, no obstante, las mujeres estaban íntimamente ligadas al misterio de vida y muerte. Por ello, la naturaleza y las mujeres merecían respeto, puesto que eran las dueñas de los poderes vivificantes, enhebraban el hilo de la existencia. Eso ocurrió en los inicios de la humanidad, en el llamado Paleolítico, cuando surgió la voluntad de vivir, los ritos, mitos, que les dieron base y seguridad a los seres humanos.

Tuvieron que pasar miles de años. La arqueología, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, contó con equipos de científicos. Ellos calculan un tiempo que oscila, entre los años de 9000 y 8000 A.C. cuando se dio la etapa del Neolítico o revolución agraria, una época de cooperación e igualdad entre ambos sexos y entre los pueblos vecinos, igualdad que constituyó una regla entre esos pobladores. Hacia el 7000 A.C., no olvidemos los miles de años que se necesitaron para lograrlo, en el Cercano y Medio Oriente, las gentes tenían casas de ladrillo recubiertas de estuco. De ahí hasta el 3500 A.C. se desarrolló la organización social, utilizaron los metales y tuvieron instituciones.

En estos pueblos, a lo largo de mil quinientos años, no quedan señales o vestigios de conflictos guerreros, ni de predominio masculino. Abundan las estatuillas de la Diosa y se extienden desde Inglaterra hasta la India. Representan a la Diosa Madre, la Señora del Cielo. Los ciclos de la naturaleza se armonizaban con los ciclos femeninos. Había amor, cuidado y responsabilidad. No existían dominados ni dominadores. Si la naturaleza los amenazaba con momentos de destrucción, peligro, incertidumbre, fenómenos desconocidos que les daban temor, los respetaban buscando la manera de protegerse y congraciarse. Las ceremonias, los ritos, conferían a la comunidad un sentido de pertenencia y tal vez, la sensación de control sobre el cuidado y preservación de su entorno y sus vidas.

La deidad de aquellos pueblos, dadora de vida y de muerte, no exigía obediencia, no era destructiva, ni temible. La vida no consistía en arrebatar o saquear, sino en cultivar la tierra y obtener los recursos necesarios para un pasar apacible. La diosa era representada bajo sus diferentes advocaciones de virgen, doncella, madre, creadora. A partir de estos fundamentos se edificaron las culturas y civilizaciones. Es así como Ariadne de Creta y Afrodita de Grecia, surgen del mar e inspiran siglos más tarde a Botticelli. Lo mismo sucede, con las figurillas representando a una Venus de abultado vientre que nos legó el Paleolítico, o la diosa encinta del Neolítico, que perviven en la María embarazada de la Edad Media.

El derrumbe tanto cultural como físico de los pueblos neolíticos, ocurrió cuando olas invasoras de pastores provenientes de las estepas, incursionaron en Europa ocasionando violencia, choques culturales y desplazamientos. Aportaron sus dioses de la guerra y los gobiernos de poderosos sacerdotes. Fueron pueblos nómadas como los arios, hititas, o dorios, además de los hebreos, provenientes de los desiertos del sur. Muy similares, vivían bajo un sistema de dominio y violencia masculina, cuya estructura de gobierno se basaba en la jerarquía, el autoritarismo y las armas. En el Neolítico, desde la Media luna de las tierras fértiles, hasta los Pirineos, los metales se utilizaban para adornos y herramientas de trabajo; tras las invasiones, los metales se convirtieron en  armamento y símbolo de poder.

 

Fue así como se instauró el dominio.

El toro astado, el Bos Primigenius, una figura reverenciada en Catal Hüyük, aldea del Asia Menor, se volvió el demonio con cuernos y pezuñas, que durante generaciones atemoriza a la cristiandad, una de tantas maneras de suprimir las ideas paganas, derivadas del culto a la diosa; también la serpiente símbolo antiquísimo del conocimiento, pertenece ahora a lo satánico, y la mujer, culpable de las desgracias humanas, se incluyó en el paquete para destruir a la diosa, colocándola bajo el dominio de un dios vengador, representado en la tierra por el hombre, avalado por las enseñanzas de la Biblia, cuya propuesta es de un estricto orden patrilineal y guerras. A partir de esos tiempos se dio una reestructuración de las relaciones humanas, se tornaron rígidas, sostenidas por la prepotencia. Las mujeres fueron controladas mediante el ridículo y la trivialización, sus logros se omitían de manera sistemática. Los asuntos de mujeres carecían de importancia puesto que ellas eran inferiores, casi grotescas. Los hombres alegaban tener la razón por el poder de las armas, el orden se respaldó en la violencia.

Lentamente, no sin cierto recelo, los grupos dominantes adoptaron algunos valores, estilos de vida, y avances en ciertos aspectos; hubo un mayor refinamiento y lujo en la cultura. Sin embargo, las mujeres dejaron de ser independientes y dirigentes en sus comunidades; las sacerdotisas perdieron su autoridad espiritual. Y el matrilinaje fue sustituido por el patrilinaje; lo patrimonial, lo que a alguien le pertenece por razón de su patria, padre o antepasados, consolidándose así la jerarquización; se calcó el orden de los coros angélicos, para los grados eclesiásticos, y lo más importante, se otorgó un lugar preferente al perfeccionamiento de las tecnologías de destrucción, fueran del tipo que fueran. Asolar, saquear, aniquilar era el lema. Los poderosos acumularon riquezas sin crear nuevas, ni distribuirlas. La llegada de las tribus hebreas fue el momento clave de esta transformación social e ideológica.

Quedó únicamente el celoso e inescrutable Jehová. Desde el Antiguo Testamento se había declarado como voluntad divina, que la mujer esté gobernada por el hombre, puesto que era su propiedad privada. La virginidad de las mujeres estaba estricta y legalmente regulada, con objeto de proteger las transacciones económicas de los varones. Sus edictos eran la palabra de dios, y esta palabra y voluntad de un ser supremo fue un artificio, para encubrir la crueldad y la barbarie.

 

El cuidado fue sustituido por la opresión, y el poder ocupó el sitio de la responsabilidad. Los hombres son dueños de la razón por tener las armas. Se destruyó así el modelo solidario de sociedad. Los siglos transcurrieron. Hacia el año de 1945 en Nag Hammadi, cerca de Tebas y Luxor, fueron desenterrados los cincuenta y dos Evangelios Gnósticos. Durante 1600 años estuvieron ocultos dentro de un cántaro. Finalmente en 1979, Elaine Pagels, profesora de estudios religiosos en Princeton, los sacó a la luz pública.

Gnosis viene del griego y significa conocimiento. El cristianismo gnóstico predicado por Jesucristo, afirma que cualquiera puede acceder al misterio de la verdad divina, a través de la disciplina y la vida moral. Llegar a dios no requiere de intermediarios, ni coacción. Los padres de la iglesia no aceptaron las enseñanzas gnósticas de Jesús, puesto que atentaban contra la familia patriarcal, tanto romana como judía, de sometimiento de la mujer, y absoluta potestad masculina, mientras que él había predicado la compasión, la no violencia, y el amor.

Cuentan que Constantino, primer emperador cristiano en 312 D.C., a quien se le apareció la cruz con la leyenda –bajo este signo vencerás-, hijo de santa Elena, mandó hervir a Fausta su mujer y fue responsable del asesinato de su hijo Crispo. A partir de entonces, se instauró un nuevo orden avalado por la iglesia y el estado. Los dirigentes de la iglesia católica decidieron borrar las herejías, es decir, cualquier persona que emitiera una opinión distinta, o que no estuviera de acuerdo con la fe predicada por ellos, por la cual pudieran sentirse amenazados, sería castigada mediante la tortura y la muerte.

Cristianizar Europa fue asunto paralelo al derramamiento de sangre, buscaban consolidar, mantener, el poderío de la jerarquía eclesiástica, que daba sus primeros pasos, y cuyo guía supremo en la persona del papa, había recibido el nombramiento de representante legítimo del dios. Para estructurar con mayor fuerza su dominio, pactó con los señores feudales; a los reyes les otorgó poder divino, los ungieron con el óleo santo; una vez que todos se santificaron, tuvieron libertad de hacer y deshacer a su antojo. Los gobernantes, sean quienes fueren, continúan, desde aquel entonces hasta nuestros días, la misma costumbre, uso, tradición, pues también se consideran elegidos, herederos, depositarios.

 

¿O será el poder lo que enloquece?

Poco antes del año 1000, cuando transcurrían los negruzcos años del alto medioevo, hubo en la antigua Roma, seductoras mujeres, emparentadas con poderosos señores de la nobleza; suenan los nombres de Ageltrude, Teodora, o Marosia, que participaron muy activas en los tejemanejes del pontificado, y no precisamente de la manera más ortodoxa. Cuentan también de una inteligente y culta dama que ocupó la silla de San Pedro, la papisa Juana, originaria de Ingelheim, muy cerca del Rhin. Leía la Biblia en griego y dio a luz durante una procesión.

La iglesia y las clases gobernantes, proclamaron la prédica del evangelio de amor propuesto por Jesucristo.  Y resultó que no, pues llevaron a cabo este proceso mediante el horror de las Santas Cruzadas. A las mujeres, la iglesia intentó someterlas y hacerlas callar, alegando su pecaminosa sexualidad. Se escribió el Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, por ser ellas el origen de los pecados de la carne; la iglesia y el estado instauraron cacerías para eliminar a las hechiceras, las comadronas, las curanderas, mujeres pensantes, que ellos consideraban podían tener poderes mágicos, o mejor dicho tratos y pactos con el maligno, o sea el mismísimo demonio.

Fueron mujeres que en la práctica y la observación habían adquirido conocimientos, aprendido sobre la vida, el parto, la sanación, los cuidados, la limpieza del enfermo. Al poco tiempo las sustituyeron por médicos, aunque algunos no tuvieran ninguna sensibilidad, ni idea, ni formación al respecto. La presencia femenina, era vista como un peligro, y la jerarquía intentó a toda costa, prevenir ese peligro que supuestamente la acechaba.

Además de las Santas Cruzadas, se instauró la Santa Inquisición, quemaron en la hoguera aparte de seres humanos, montones de libros, con conocimientos que a ellos no les convenían. Durante esos tiempos se divulgó el rechazo al cuerpo, a la sexualidad, rechazo anti natura y represión, que desembocaron en histeria, locura, y matanzas. Las mujeres, el nacimiento, se consideraron sucios y las recién paridas debían purificarse después de haber tenido un hijo. Los gobiernos perpetuaron ese orden con la fuerza, el terror, reprimiendo, devastando. En contraposición hubo algunas sectas donde las mujeres eran respetadas, sostenían el culto a la Virgen, que llamaban Nuestra Señora del Pensamiento; quizás el único resquicio dónde el poder masculino no podía penetrar. La represión de las mujeres es una constante, matizada de acuerdo a cada época.

A mediados del Siglo XV los Turcos Otomanos sometieron la hermosa ciudad de Bizancio o Constantinopla. Debido a ello, se interrumpió la llamada Ruta de la Seda o Ruta de las Especias. Europa se quedó sin productos de China y de la India, de los que ya no podía prescindir; la seda y las especias se habían vuelto indispensables. En 1480 Cristóbal Colón propuso una ruta alterna para restablecer el comercio con Oriente. Bartolomé Díaz llegó hasta el Cabo de Buena Esperanza, en la punta de África, y en 1492 los Reyes Católicos Fernando e Isabel expulsaron a los Moros de la Península Ibérica, Granada quedó bajo su dominio, y la empresa de Colón se llevó a término.

En esos años Europa se abría al Renacimiento, algunas mujeres dejando de lado la religiosidad y sin tener en cuenta el poder civil, buscaban y procuraban la divulgación del humanismo, en agradables reuniones, a través del placer, el galanteo, se aprendió el arte de conversar entre ambos sexos; en algunas cortes del norte de Europa, y en Francia, los salones de las damas fueron semilleros de ideas. La libertad que se les había negado en otros campos ellas la recreaban en sus salones fomentando la cultura.

Ya que sabemos el porqué del Pecado Original y sus funestas consecuencias, nos trasladaremos como por arte de magia, al territorio que desde hace aproximadamente treinta mil años, habitaban nuestros antepasados. Hoy en día, esas zonas se conocen culturalmente cómo Mesoamérica, la región de las grandes culturas: Olmeca, Totonaca, Mexica, Maya, por mencionar algunas, y Aridoamérica cuyo límite es movible y que ocupa parte del centro, hasta los confines del vasto norte, habitado por comunidades diversas de pueblos cazadores, recolectores, y la cultura Chalchihuiteña.

 Cuando Cristóbal Colón, allá en la Península Ibérica, que aún no era propiamente España, enfiló sus naves hacia las Indias Orientales, se encontró a medio camino unas hermosas y soleadas islas de las cuales no tenía noticia; ignoraba igualmente que existía un enorme Continente. Idas y venidas por la procelosa mar, les costó a los navegantes establecerse en las Antillas, y más tarde, dar el salto definitivo a la ignota Tierra Firme. El descubrimiento del Continente, el encuentro de las culturas, trastocó el mundo; el resultado fue un lento proceso bajo el dominio de España y de la iglesia católica. Ninguno tenía idea de la existencia de los otros. Los conquistadores se adentraron en estas tierras, su sorpresa fue mayúscula y en aumento.

Sin saber con exactitud en dónde estaban, a los pobladores autóctonos los llamaron indios, en la certidumbre de haber llegado a las Indias Orientales tan lejanas, distintas, a estos sitios que muy poco tenían que ver con las descripciones de Marco Polo. El paisaje, el clima, la comida, la gente, sus costumbres, hasta su color eran totalmente distintos, a ellos mismos, y a lo descrito por el viajero veneciano. Fue un confuso y desconcertante encuentro cargado de estupor, admiración y temores mutuos, que desembocó en un violento choque. Naturales y forasteros abrigaban sentimientos hostiles enraizados en el miedo, ingrediente básico en ambas partes. La incapacidad de comprender lo desconocido engendró ira y desprecio en los contrincantes.

  La violencia sorda, el horror, estuvieron presentes en la gestación. 1521 marca el derrumbe y fin de la hermosa ciudad de –Tenusitlán- enclavada sobre la gran laguna. La última de las guerras mesoamericanas, malogro de los mexicas, es también el inicio de una nueva forma de vida. Un proceso de adaptación con cambios muy bruscos. Los vencidos se someten, por lo menos en apariencia, a los ritmos, rutinas, costumbres y modos de los vencedores.

Las mujeres, en estas latitudes, se consideraban el corazón del hogar, lo más importante y a la vez lo más humilde, equiparables a la ceniza del fogón. La honestidad era fundamental y debían obediencia a los dioses, a los padres y al marido. Ideal femenino muy semejante, al prototipo medioeval renacentista, vigente en la Europa de esos años. Sus mejores prendas debían ser la debilidad y la sumisión, aunque durante esos años convulsos demostraron todo lo contrario. Lo mismo que las doce mujeres que acompañaron a Hernán Cortés y sus soldados.

En un territorio como el de nuestro país, con enormes contrastes, inmensas montañas, algunas amenazantes pues escupen fuego, este choque generó una gran dispersión. Quienes no aceptaron someterse a los dominadores, huyeron a sitios poco accesibles. Este proceso marcado por la violencia, generó un conocimiento mutuo. Las mujeres rechazadas, maltratadas, ofendidas o aceptadas, sometidas al señoreaje de los recién llegados y al rencor de los vencidos igual que ellas, eligieron la vida, ser mediadoras, y aceptaron el mestizaje del cual descendemos. Ellas fueron trofeo de vencedores y parte del Quinto Real.

La llegada de los conquistadores, implicaba cristianizar e hispanizar a los grupos autóctonos, con objeto de justificar el colonialismo y la expansión europea. Alejandro VI dividió desde el Vaticano la esfera terrestre, que desde luego poco conocía; español de origen, quiso beneficiar a España. En 1523 llegó a estas tierras, el primer grupo de la Orden Franciscana. La evangelización para cristianizar estos pueblos, quería y debía eliminar las antiguas culturas, borrar lo prehispánico, considerado demoniaco. Los frailes, dueños de la verdad, empezaron por suprimir sus lenguas autóctonas, sus creencias, sus tradiciones, sus hábitos, sus rutinas ancestrales, su cosmogonía y sus dioses. Por lo tanto, la evangelización, “doctrinar”, fue un proceso de dominación mucho más profundo, radical y violento que la conquista a sangre y fuego.

La esclavitud de los naturales, prohibida por la corona española, abrió un jugoso comercio; gente del África, hombres y mujeres robados de sus aldeas, traficados por negreros, en condiciones espantosamente infrahumanas, rindieron viaje en nuestras tierras. Los que lograron sobrevivir la travesía vinieron a enriquecer el mestizaje. Mientras tanto frailes y dirigentes discutían para ponerse de acuerdo; intentaban averiguar si los aborígenes eran “gente de razón”, propietarios de un “alma”. Quizás, el rasgo predominante de esta amalgama fue la confusión. Mismo para los naturales, adaptarse al nuevo orden en su propia tierra fue muy difícil: “Nepantla ni de aquí ni de allá pero de ambas orillas”, opinó Elsa Frost, en su Discurso de ingreso a la Academia.

Dicen que las mujeres purépechas, con ayuda de Vasco de Quiroga, idearon el rebozo para cubrir la desnudez. El rebozo ha sido desde entonces abrigo de pesares, escondrijo de secretos, lujo de presumir. Las mujeres vencieron multitud de entresijos, fomentaron un trueque incesante de habilidades, sabores, sonidos, modos y preferencias, argamasa que dio por resultado lo novohispano. Estas mujeres además de su arsenal de conocimientos, con su propia sangre dieron lugar a las castas, símbolo de las mezclas de una sociedad emburujada.

 

Los espacios femeninos no se reducían a la familia o el convento. Las mujeres del pueblo cultivaban sus tierras, eran propietarias de algún estanquillo, cosían, bordaban, trabajaban de maestras, prostitutas, operarias, criadas, o dónde pudieran. Otras tuvieron minas, haciendas, obrajes. Quienes ingresaban al convento, huyendo generalmente de algún tipo de opresión, pagaban una dote además de presentar un certificado de limpieza de sangre, es decir, que no tenían antepasados judíos ni musulmanes. Los conventos, a veces, transgredían el orden y hubo quien condenó la holgura de las Reglas. Las mujeres hacían caso omiso, o simplemente funcionaba en el mismo espacio, la “estricta observancia” de la clausura, además del “suave yugo” aceptado en 1672 por el arzobispo y virrey Payo Enríquez de Rivera. Durante esos años Sor Juana Inés de la Cruz se quejaba de los “hombres necios”. El cuarto chocolatero, lugar donde se servían las espumosas tazas de esa deliciosa bebida que exalta los placeres, fomentaban la vida social y la educación de las niñas. Incluso durante los prolongados sermones, algunas señoras se tomaban su pocillo de chocolate con pan de horno, para recuperar energía. El “obedézcase pero no se cumpla” que aplicaban los virreyes a las Reales Cédulas, lo practicaban las monjas, a veces, con la anuencia de los arzobispos. Las mujeres, con la sobrecarga de ser instrumentos diabólicos, deberían vivir sometidas, vigiladas y dedicarse a la familia, la cocina, los hijos, quizá maestras, siempre donde su honra permaneciera sin mancilla, o por lo menos lo aparentara.

Fueron los tiempos de la legendaria Nao de China, cuando su enorme barriga desembarcaba 300 toneladas de maravillas en Acapulco: sedas, porcelanas, figuras de marfil, vajillas, junto con los cafetos que se plantaron en Veracruz y Michoacán, los mangos, el tamarindo, y muchas cosas más, obsequios de la populosa ciudad de Manila, en las Islas Filipinas. Las señoras hacían tertulias, había bailes, procesiones,  muchos fandangos y regocijos. La mugre en las ciudades y el conocido grito de ¡agua va! no disminuían.

 La Nueva España era dueña de inmensas riquezas, aunque tanto la riqueza, como la cultura estaban mal distribuidas. Había “5 millones que nada tenían, y 1 millón que lo tenía todo”, opinó por esas fechas don Manuel Abad y Queipo. Buscaban la Independencia, y la oportunidad se presentó en 1808, cuando Napoleón invadió España, quitó al rey legítimo y los mexicanos decidieron ser libres. Fue una guerra dificultosa y prolongada, muy sangrienta, que provocó una gran destrucción en el país. A pesar de la Independencia y la categoría de ciudadanos, que muy pocos asumían, y muchos ni siquiera entendían, las penurias del erario, el desplome de la minería, el campo abandonado al igual que la industria, además de una deuda heredada que ascendía a 76 millones de pesos, dio por resultado la bancarrota, el desbarajuste político, y quienes obtuvieron ganancias fueron los agiotistas y los países poderosos.

Este extenso y variado territorio, caudal de riquezas, situado entre dos Océanos, tras el choque de la conquista y varios siglos de mescolanzas, intercambios, conflictos, brutalidad, arreglos, novedades, enfrentó múltiples problemas. Producto del mestizaje tenía una población variopinta que no acababa de aceptarse, ni entenderse a sí misma. Culturas, costumbres, sabidurías, modos, tradiciones, conocimientos diversos, ignorancia y superstición, se apilaban uno sobre otro sin haber tenido tiempo de asimilarlos.

Se lee en un verso de autor anónimo, publicado en México al mediar el Siglo XIX:

 

 

…Los engañó con voces seductoras

Desde el manzano la culebra un día:

¡Raza infeliz de Adán! Hoy todavía,

Hoy el delito de mis padres lloras.

 

La obediencia inculcada durante estos siglos, a un dios que todo lo ve y todo lo sabe, hasta nuestros más recónditos pensamientos, siguió vigente. Con el bautismo, quien recibe las aguas lustrales, queda sin pecado original. Existe el libre albedrío y hasta se pueden cometer pecados, al no cumplir estrictamente los diez mandamientos. Establecieron la confesión, que consiste en recitar esos pecados ante un sacerdote, para que queden perdonados, a cambio de una penitencia, que puede pagarse en bienes, dinero, donativos. Sin embargo, a veces queda la culpa, culpa que debía disiparse con el cumplimiento de una penitencia.  Si el pecado quedaba incluido en la categoría de –pecado capital- sin duda, dejaría algo de resquemor, paranoia, es decir, con la mente un tanto trastornada, ofuscada; surge la obsesión, la preocupación, que lo mismo puede desaparecer, que permanecer latente o agudizarse. Ello va de acuerdo a cada persona, pues los puntillosos, hasta con los pecados veniales, que pueden ser leves y hasta insignificantes, ya se imaginan devorados por las terribles llamas del infierno, donde un gigantesco reloj indica a sus réprobos asistentes, que nunca jamás podrán abandonarlo. Al menos, eso debíamos aprender en la escuela. Un aspecto fundamental de este sacramento, radica en el conocimiento de los más insignificantes y recónditos descalabros, que las almas arrepentidas, atormentadas, confesaban al sacerdote. Muy seguido, las culpas revelaban oscuros secretos, la penitencia impuesta,  comprendía bienes que incrementaron notablemente las arcas de la iglesia.

Durante la centuria decimonónica, la sexualidad distorsionada, el castigo al cuerpo impuro y pecaminoso amplió su campo. Los flamantes mexicanos, en especial las personas acaudaladas, se dedicaron a disciplinar sus redondeces físicas. Esta vez, sometidos a la moda, tan parecida a la penitencia, torturaron sus cuerpos con la infame faja, conocida como corsé que usaban indistintamente hombres y mujeres. Oprimidas hasta el desmayo, las damas debían evitar los escotes y estirar el cuello por encima de los encajes almidonados; allí no acababa el suplicio, los zapatos de moda tenían montón de botoncitos. No obstante, las mujeres, al levantar las faldas y seductoras enaguas, desentumían las sensaciones eróticas del sexo opuesto.

En la época de la moral victoriana y el puritanismo, las mujeres de fortuna, atraían por su fragilidad así que las purgas de sangre, comer muy poco, lo mismo que embarrarse opio con lechuga por las noches, para exaltar su blancura, o amoniaco por las mañanas para lucir un cutis transparente, les ayudaba a lograrlo. Se adornaban con rizos de tirabuzón, tan en boga; las pinzas calientes al enchinarlos les quemaban el pelo, y a la larga producían calvicie, sin contar la incomodidad por la rigidez que les confería la médula animal, utilizada para mantenerlos tiesos y en su sitio. Las damas debían agradar a los caballeros, aunque su función primordial continuó siendo la maternidad.

Procuraron encubrir, disimular el cuerpo humano, suprimir la sensualidad; este deformar inventó el polisón, conocido en México como el “sígueme pollo”, cuyas varillas aumentaban el volumen del trasero; nada parecido a los vestidos de Las Meninas de Velázquez, cuyas faldas abultadas hacia los lados tenían espacio para esconder al amante. Los profundos escotes se cubrían con transparentes velos, y las medias empezaron a sostenerse con coquetas ligas.

Durante la década de 1860, en México, el efímero Segundo Imperio, abrió para ellas el acceso a la Universidad, sólo si les interesaba estudiar obstetricia. Carlota fue la primera mujer que gobernó de manera oficial en este país, e intentó que las mujeres ocuparan puestos en la administración imperial, empezando por las esposas de los Prefectos Políticos; los maridos indignados, estupefactos, ¡pusieron el grito en el cielo! Ella, Carlota, se ocupó en persona, del establecimiento de la Casa de Maternidad e Infancia, y de mejorar las condiciones del Hospicio de Pobres. Buscó erradicar la ignorancia, que las mujeres pudieran instruirse y los huérfanos aprendieran un oficio, de manera que no cayeran en la mala vida o la mendicidad. La Legislación Maximiliana no tuvo vigencia ni validez jurídica.

La censura se topó muy a menudo con la irreverencia y liberalidad de disolutos, poco temerosos de excomuniones o castigo eterno. Hubo excesos y artimañas, escapes de la supuesta rigidez imperante. Mujeres y hombres, como en el mundo entero, participaban de esta especie de juego, del quiero pero no debo, la simulación, el eterno engaño. La tradición cristiana y cuanto aparecía por estos confines, se adaptaba a la realidad mexicana, de un pueblo juguetón, relajiento, que a todo le encuentra el chiste y es muy dado a las burlas.

Al llegar el siglo XX, las circunstancias: guerras, dictadura, y la Revolución de 1910, como de costumbre, involucraron a las mujeres en todos los campos, aunque poco abundan los testimonios, probablemente por el hecho de que el bello sexo no debía aprender a leer y menos a escribir. Las mujeres han tomado parte muy importante en la Historia de México, a pesar del analfabetismo, la incultura. Las mujeres obtuvieron la igualdad jurídica; participaron en congresos, conferencias, incluso a nivel internacional, aunque en la práctica la opresión, la  inferioridad, el sometimiento, se conservan.

 Persiste en nuestro siglo XXI la miseria, el extremo más triste, pues no necesariamente el miserable carece de los medios; hay gente que vive entre la mugre, la promiscuidad, las adicciones, los golpes, los gritos, en casas inhóspitas, pero con una televisión muy fashion, que funciona largas horas a todo volumen, coches último modelo, aparatos de sonido, que retumban en leguas a la redonda, provocando sordera a los más cercanos; sus hijos estudian en escuelas o universidades de paga, dónde supuestamente aprenden, quizá no a vivir mejor, sino a vivir en la fantasía. Nuevamente, aclaro, existen infinidad de matices, pero este representa otro aspecto tal vez trágico, de nuestra realidad. Tienen adelantos sin conocer los perjuicios o beneficios que les aportan. ¿Será la ignorancia, la incuria, el dín dín dín, sin el don don don?

 Actualmente, se piensa que el tener relaciones sexuales no conlleva ningún riesgo; propaganda, infinidad de métodos, abundante información, que se da a conocer por todos lados, pregonan la “libertad” sin responsabilidad. De allí, la cantidad de niñas o jovencitas preñadas. Ellas, no los varones, me refiero a esos que se desentienden, se vuelven “ojo de hormiga” y adiós que nunca te he visto. Así que ellas, solititas y su alma, se enfrentan a un panorama desolador. Un cuchiplanche, un faje, les cobra caro el descuido, les trastoca la vida, se las extravía. Algunas cuentan con familia, pero tampoco es fácil. Si carecen de apoyo, de  instrucción, si no saben desempeñar un trabajo, las consecuencias son peores, para ellas y para los pequeños que dan a luz, o más bien a veces, dan al traste.

Sin embargo, las mujeres, o muchas de ellas, son presa fácil del engaño, no nada más por parte del sexo opuesto. Las revistas femeninas, antes publicaban versos, recetas de cocina, labores de costura, secretos para embellecerse, luego, aparecieron las novelas rosas en las que el príncipe azul las rescataba y vivían felices. Todo encaminado a mantenerlas aisladas, guardaditas en su hogar. Lentamente cambia la ideología y la sexualidad se enfoca en el placer, no en la maternidad. Las ediciones dedicadas a las mujeres, les tienden trampas, algunas son sumisas, otras, hasta esclavas de los prototipos que proponen; se convierten en súper mujeres que todo lo pueden. Son glamorosas, elegantes, exitosas, inteligentes; compiten con éxito en los espacios masculinos, y hasta utilizan señas, palabras malsonantes, tienen además la técnica a su servicio. Se someten a los cánones de belleza y estilismos que les proponen. Quieren alcanzar la perfección, y entre publicidad y exigencia, deciden que si el maquillaje no es suficiente, los cirujanos plásticos pueden ayudarlas.

¿O será que no se aceptan ellas mismas? La inseguridad es muy mala consejera. Se sienten inferiores a las guapísimas mujeres que aparecen en las películas, en la televisión, en las revistas, y en el sinfín de propaganda que diariamente se les ofrece envuelta para regalo, sin darse cuenta que muy a menudo artistas, modelos, viven situaciones muy agobiantes, dramáticas.  Al no aceptarse como son, temen no gustarle a la pareja. Sintiéndose en desventaja, aguantan humillaciones, brutalidad y rabia a todos niveles, porque para colmo, el mensaje del momento indica, que el placer sexual va de la mano de la violencia, como en algunas películas. Sin tomar en cuenta que esto puede conducir a la muerte. Y ellas pierden su feminidad y su libertad.

El ser madres es sinónimo de “realizarse”, la maternidad va quedando relegada, ha dado un vuelco, ya no es necesario el matrimonio para llevar una vida sexual, ni para tener hijos. Además, cada mujer tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Puede y debe, hacerlo con conciencia y responsabilidad. No tener hijos, es muy válido. Ser madre es una vocación y es agotadora. Hay igualmente un sinfín de tonos en este contexto, como los medios económicos de que cada una dispone. Ya sean mujeres con dineros o sin ellos, innumerables cambios afectan este aspecto de la vida femenina. Tienen que someterse a una doble jornada de trabajo, dentro y fuera de la casa. Aparte de cumplir con una profesión, hay que atender a la familia, en la salud y la enfermedad, cocinar, ordenar, lavar, planchar, barrer y estar siempre dispuestas a lo que se presente, y de buen humor.

Para cualquier mujer, disponga de recursos o no, al ser madre le toca bailar a otro ritmo. El arribo de la criatura, a veces no es una bendición, sino una carga, aunque esa personita jamás haya pedido vivir. Las dificultades afectan a la madre de manera negativa, el crio nace y vive en un ambiente hostil, a veces agresivo, que entorpece su crecimiento; la falta de cariño, de tiempo, los conflictos con el padre, hasta los servicios de salud que no cubren satisfactoriamente su cometido. La angustia se acumula. El trabajo de la madre es indispensable para la manutención, así que debe dejar al pequeño en manos ajenas o en una guardería. Esas manos ajenas, a veces también deben dejar a sus propios hijos; los abandonos, los descuidos, marcan el carácter.

 La mujer arrastra el cansancio, la fatiga, los enfados, fuera y dentro, en el trabajo o al regresar de su jornada laboral. Ahora debe enfrentarse a otra jornada, quizá más difícil, sin horario fijo, ¡es el cuento de nunca acabar! Le toca, además, aguantar reproches, gritos, malos tratos, tal vez de los hijos, o del esposo o de otros miembros de la familia. Porción de mujeres paren cuatro, cinco, o más niños; apenas les alcanza para comer, sobreviven de milagro, y los siguen teniendo, para que el hombre no las deje. Resquebrajar este esquema tradicional es arduo, puede ser hasta peligroso.

 

¿Y el recién nacido? Ese bebé, que todo lo percibe, desde que está acunado durante meses en el vientre materno, obscuro, tibio, conocido, llega al mundo para enfrentarse con reflectores, gritos, prisas, agresividad. Pañales, mantas que para la delicada piel que está estrenando, son muy ásperas, rasposas, lo lastiman, no tiene costumbre del contacto. También lo aprietan, y la criaturita sólo conoce moverse en libertad. Le ponen gotas que le provocan ardor en sus ojos, lo tocan sin amor, lo miden, revisan su personita en una habitación fría, inhóspita, lo bañan o limpian y para colmo, lo entrapajan como tamal, llora desesperado de no poder moverse y la mamá, primero llora con él y después se desespera.

 Por fortuna existen nuevas tendencias que además de aminorar el dolor  y recelo de la parturienta, buscan que el bebé salga a un entorno menos brutal. Ahora, en algunos casos, no los separan de la mamá, el papá está presente, se evitan las brusquedades, el desamparo y espantoso abandono en el cunero, dónde sólo se escuchan llantos y sonidos extraños. Y tras ese desvalimiento absoluto, el ser humano inicia su existencia. Quizá, desde este punto, deberíamos cuestionar la violencia que nos atemoriza día con día, si somos conscientes, que desde el instante de nacer nos sentimos agredidos. Tal vez esa primera impresión, quede para siempre en nuestro sentir: ¿la violencia es la norma? Antes se pensaba que llorar a gritos era el trabajo de un recién nacido, ¡le fortalecía los pulmones! Muchas personas para calmar el llanto de un bebé, lo zangolotean y le dan fuertes palmadas. ¿Será eso el amor? Este trato genera miedo y confusión en el chiquito… El bebé necesita calidez, caricias, manos que al tocarlo lo tranquilicen, le proporcionen seguridad, palabras dulces que lo hagan sentirse amado, que le infundan paz. Un inmenso porcentaje de adultos considera que los pequeños no entienden, no sienten…

También hay muchas mujeres descontentas con su condición. Nuestra época es considerada por ellas de empoderamiento, agresividad, los hombres son unos inútiles, tienen la culpa de “mis” desgracias. Ellas se victimizan. Se quejan de ser vistas y tratadas como objetos sexuales. Son partidarias de guerras y sufrimiento, están dispuestas a defenderse de todo, con todo, y contra todo. No les interesa relacionarse, porque a lo mejor, han internalizado los conceptos masculinos de dominio. El enemigo es el sexo fuerte que las mantiene oprimidas… No se percatan que ellas mismas son su peor verdugo. Más sencillo es culpar al de junto, que profundizar en mis experiencias. Viven en la negatividad y en el conflicto con ellas mismas y el mundo que las rodea. Quieren competir con la pareja, sacarle el pie adelante, y de lo que se trata es de llevar una convivencia armónica, en la que cada cual cumple su parte; no se trata de rivalidad, es entendimiento, compenetración amorosa, amistad.

Un sistema económico prepotente, especializado en explotar cuanto puede, desde la madre tierra, como lo hacen los pudientes empresarios mineros en Sonora, Zacatecas, o Veracruz, devastando inmensos cerros que se vuelven pinole por su desenfrenado deseo de riquezas; regiones arboladas, poblados, quedan cual boquetes inservibles, la gente pierde sus hogares, sus tierras, sus vidas, sin contar las innumerables especies animales y vegetales que mueren y hasta desaparecen, ¿por obtener oro? Hay otros, también empresarios, que abusan de las pocas reservas acuíferas del territorio mexicano, lo mismo da si utilizan el preciado líquido en experimentos, en embotellarlo para obtener ganancias, o en venderlo como refrescos que acaban con la salud de millones de personas. Los beneficiarios son los de la industria farmacéutica, por mencionar alguno. Todos estos señores poderosos, son muy dados a la caridad, la filantropía, la beneficencia. Por un lado aniquilan y por el otro acarician. ¡Muy desfachatado el asunto! La ambición, ese deseo vehemente por poseer riqueza, dominio, se vuelve tan enfermizo, que al codiciante, deja de importarle el daño universal que provoca en el entorno, en el mundo entero, y en la atmósfera que rodea al planeta, el único que nos brinda abrigo.

O mencionemos a las maquiladoras, donde las mujeres que se ven obligadas a prestar sus servicios, lo que reciben son sueldos bajísimos, condiciones laborales inhumanas, mientras están expuestas a los peores riesgos, como ocurrió con las costureras en 1985. Además de nula protección, exiguas prestaciones, y mucho menos antigüedad, que les permitiría en un futuro una jubilación digna. Paralela a esta situación se desliza el abuso, los embarazos mal vistos por los patronos, despidos injustificados e infinidad de cosas graves, que mantienen vigente la agresividad, el miedo, la violencia que aumenta día con día.

Me parece importantísimo, mencionar un tema que han expuesto las estudiantes en paro de la UNAM: leí, antes que arreciara la pandemia que nos acongoja, que uno de los  grupos tiene interés en hacer un “taller de mamás.” Es un paso inmenso el que lograrían; es muy común que una hija, internalice la problemática de una madre sujeta al desprecio, las deslealtades, el estupro. Es fabuloso constatar la madurez de estas jóvenes mujeres, pues como ellas mismas opinan: “El enojo colectivo puede desembocar en una sanación colectiva.” Y estas morras, chavas interesadas en aprender, nos muestran la pauta del cambio. Las mujeres por naturaleza nos avocamos a buscar el bienestar de quienes nos rodean, los hombres en cambio se focalizan en sus metas personales. Esta manera de ser, malentendida y mal llevada, da por resultado dependencias y choques; reconozcamos que si se logra una asociación de equilibrio, donde la enemistad no intervenga, los resultados pueden ser de mayor alcance.

Desde el paraíso terrenal a Eva y Adán los percibimos en discordia, son rivales que se desafían, disgustados. Desgraciadamente no sólo ellos, esta relación desequilibrada, de dominio y culpa, la heredamos el resto de la humanidad. De esta manera hemos permanecido a lo largo y ancho de tantísimos siglos. El dominio, el sometimiento, la desigualdad, son la pauta, y nos encontramos en una encrucijada, cuya salida más honorable sería optar por una sociedad igualitaria, solidaria, donde la razón y la intuición vayan acordes, para evitar el aniquilamiento. Propone Riane Eisler en su obra, pasar del sistema androcrático a la gilania, encontrar el amor, la espiritualidad, el equilibrio del ser humano, al optar por la solidaridad participativa, con trabajos que sustenten la vida, no  que la dificulten, ni la destruyan, al generar el temor y la violencia  paralizantes. La vida simplemente hay que agradecerla, apreciarla y cuidarla, para poder disfrutar de nuestro sitio en el mundo, el que nos toca cuidar, porque hay que dar para recibir.

Es una labor personal, de todos y cada uno, las mujeres durante siglos sometidas, los hombres autoritarios durante ese lapso, debemos lograr la reconciliación y entendimiento entre ambas partes. Inmersos en este mundo de arrebato, engaño, ruido sin fin, es necesario decidir sanamente lo que queremos, sin intereses creados que nos presionen. Impulsar nuestra creatividad a la formación de un mundo en el que la cordialidad sea la pauta, en el que las mujeres no necesiten defender su autonomía, puedan ser ellas mismas, elegir libremente su derrotero, sin burlas ni objeciones; madres por convicción, que con amor y tiempo sean responsables de sus hijos, no vivan bajo tensiones ni apremios; un mundo donde los niños, desde antes de su nacimiento reciban afecto, apapachos, tengan lo necesario para ser felices, sin hábitos ni reconcomios destructivos; donde los padres liberados de cargas y exigencias absurdas, vivan sin temor a mostrar sus sentimientos, ejerciendo con la madre una autoridad razonable y amorosa. Sería más fácil, vivir sin tantos miedos ajenos que nos han inculcado, y sin el ininterrumpido bombardeo de horrores, del que somos objeto día a día; acrecentado en estos meses de pandemia, por el terror que destilan, contradictorio y a cuentagotas, y que en el fondo es una lucha por ejercer el dominio.

Desde aquel Paraíso Terrenal, donde se narra que anduvieron Eva y Adán empezó el embrollo. Quizás  ese señor malhumorado, que los arrojó con su flamígera espada, es puro invento. Lo llamaron dios y en realidad es el poder, el que ordena, domina, controla, y hasta tiene licencia para matar.  Comprender, diferenciar, permitir que fluyan los sentimientos atorados, el mazacote de culturas que nos conforman, apiladas, confundidas, sin entenderlas, ni hacerlas propias. Las ideologías, incluso opuestas que nos han marcado, que no hemos podido acomodar,  comparar, ni asimilar, son un lastre que nos impide vivir en un paraíso del que cada quién sea artífice.

María Teresa Bermúdez

Primavera del 2020

 

 

 

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Imagen de portada: Los primeros americanos, Alfredo Ramos Martínez, 1933
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