Entre mis múltiples olvidos, no recuerdo dónde escuché que los árboles son los pensamientos de la tierra. ¡Me pareció preciosa la frase!
En Yucatán, admirar esos gigantes de follajes verdes, con enormes ramas de hojas pequeñísimas, como las del hermoso Pich o Guanacaste, cuyas semillas se parecen en su forma a una oreja, y por eso también le dicen Orejón; los erguidos Macuilis, oriundos de Tabasco, que los aztecas bautizaron así por sus hojas de cinco en cinco, y sus bellas flores también de cinco pétalos, árbol que tiene fama de sanar la fiebre, nomás por permanecer bajo su sombra. Las majestuosas Ceibas sagradas, llamadas en maya Yaxché o Piim, que en los primeros tiempos de la conquista, se conocieron como Árbol del Algodón o Pochote. La existencia de un sinfín de estos ejemplares, nos proporcionan vida, y sin embargo, son continuamente agredidos por los humanos, que cooperan al deterioro y al cambio climático.
Los árboles hunden sus profundas raíces en las entrañas de la tierra, absorben el agua, elevan sus ramas al infinito en busca de luz, esparcen oxígeno, sombra, frescura, floraciones, frutos, y una incomparable belleza al paisaje. Los árboles viven en consonancia, al compás de la naturaleza, algunos cierran sus hojas por la noche, como si durmieran. En las estaciones mudan de ropaje, engalanan la primavera con su floración y sus aromas, producen el polen, para que vuelva a germinar la vegetación. Ofrecen sus frutos en verano, algunos cambian el color de sus hojas en otoño y se desnudan al llegar el invierno. Los árboles, con el viento o la lluvia, esparcen sus perfumes, susurran, hacen música; Novalis, el poeta y filósofo alemán del siglo XVIII, dijo que hablan el lenguaje más directo de la tierra.
¿Por qué en nuestros días los árboles no se respetan? Las guerras insensatas han acabado con millones. Las ciudades invaden la tierra, desplazan cualquier tipo de flora y fauna que encuentran; los pocos ejemplares que sobreviven, sufren el maltrato con edificaciones que no los respetan, gentes que de un hachazo, o más rápido con una motosierra, matan en un tris, hermosos ejemplares que tardaron a veces cien años en llegar a su grosor. Se deforesta, con buldóceres y cadenas, miles de hectáreas que se convierten en pastizales para ganado.
En zonas pobladas tampoco se les respeta. Los talan sin ton ni son, les cuelgas letreros con clavos, alambres, o lo que hay a mano, los enredan con foquitos, otros son utilizados de percheros, de baños, algunos los arrancan de sus patios, calles, o jardines, porque ensucian con sus hojas.
Las aves, compañía inseparable de los árboles, intercambian trinos por alimento, por espacios para sus nidos, o indispensables servicios de salubridad, como los zopilotes, tan perseguidos y despreciados. Doña Zopi Chak Pool Ch´om, los extraña.