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Relatos

De melindres y enagüillas

By 14 febrero, 2021mayo 14th, 2021No Comments

Por esta vez me referirè, a los melindres, enagüillas, tembladeras y otras pertenencias de una dama viuda, que vivió durante la segunda mitad del siglo XVIII, en el Real de Minas de Veta Grande. Allì se ubica la Mina de San Francisco de Borja. Queda cerca de la hermosa ciudad de Zacatecas, es una región del norte de México en la que abundan yacimientos minerales de plomo, plata, oro, hierro y cobre.

En estos sitios había comercios llamados tendejones que surtìan a los habitantes de cuanto necesitaban. En Veta Grande, la propietaria del comercio era doña Juana Francisca de Tagle Bracho Melendez, viuda del sargento mayor Juan de Viana y Gutièrrez, que heredò a doña Juana Francisca el negocio, administrado por Àngel de Torices bajo su vigilancia, desde mucho antes que Juan de Viana pasara a mejor vida. Después de algún tiempo, quizás una vez cumplido el reglamentario luto, doña Juana Francisca y don Àngel, decidieron hacer “compañía de los caudales y repartir las ganancias por mitad…” así que el 13 de mayo de 1772, ante el escribano de Su Majestad y Real Hacienda, don Vicente de Escobar y sus ayudantes, empezaron a preparar el minucioso inventario de bienes.

Doña Juana Francisca tenía entre sus haberes personales, que estaban de venta en la tienda pero no formaban parte de la relación de bienes: 3 cargas de piloncillo perivàn de primera calidad, 46 arrobas de aguardiente comprado en el vecino pueblo de Parras a 14 pesos la medida, mientras que del aguardiente de carilla que costaba 65 pesos, almacenaba 40 y medio barriles; había otros dos y medio barriles de vino blanco a 54 pesos, y 6 de vino torcido por 40, surtido que satisfacía un buen número de gargantas secas. Aparte de las bebidas, era la dueña de 1 arroba y 14 libras de clavo castellano, a 135 pesos y 14 reales; ramo de la cotizada especierìa.

Las siguientes fojas del legajo, contienen la enumeración detallada de los productos que pertenecieron al difunto marido Juan de Viana y Gutièrrez, y que administraba el mencionado Àngel de Torices. Ascendìa el capital a 24,819 pesos, 1 y medio reales. Me tomè la libertad de agrupar las mercancías similares, respetando la ortografía original, para no perder el sabor del documento, ni el hilo del inventario.

Da inicio el recuento de los bienes, con 7 arrobas y 6 libras de xamòn, pimienta cernida, dulce quebrantado, ajonjolìn, comino, 3400 piloncillos serranos, cacao caracas y colorado, obleas, o sea hojas muy delgadas de masa de harina y agua, con que se hacen las hostias; previamente humedecidas, se utilizaban para pegar y cerrar sobres, pliegos, y otros documentos privados; esta masa se codeaba con  chilitos, tornachile, aceitunas, y churlos, que son esos sacos de pita, cubiertos con cuero, en los que se transportaba la aromosa, frágil y preciada canela; había además 13 libras de azafrán y 19 libras de achiote chiapaneco del Soconusco, productos indispensables para el buen sazòn y aliño de la pitanza. 

Por las noches era necesario alumbrarse y disipar la negrura de la oscuridad. Para ello había en el tendajòn pabilo mexicano, velas de sebo, yesca y faroles. Desgraciadamente, con dichos elementos, poco podía distinguirse y el trabajo se dificultaba, así que aclarò el escribano del rey:

-En cuyo estado por hallarse el sol en el de su ocaso, se suspende este reconocimiento para seguirlo el día de mañana…

Religiosamente, las fojas del inventario se interrumpen cada atardecer y prosiguen la encomienda al día siguiente. Yo me imagino, que hacían la lista conforme iban revisando las habitaciones del comercio.

Señala el documento las diferentes clases de telas, muy en uso durante aquellos años, y que seguramente encantaban a las mujeres. Eran las épocas en que la Nao de China transportaba de las Filipinas al puerto de Acapulco, cualquier cantidad de maravillas, lo mismo aquellos galeones que cruzando el Atlàntico, desembarcaban las últimas modas y novedades europeas, en el puerto de Veracruz. De ambos puertos los productos viajaban a lomo de mula, guiados por los experimentados arrieros en los caminos de herradura de la Nueva España.

El tendejón de Veta Grande ofertaba  cotense de origen francés, la abrigadora franela tan necesaria en esos sitios de clima frìo, había crepe, tela escarlata de color carmesì, sarga inglesa, lustrina azul o negra tan vistosa para los ornamentos de iglesia, un género de algodón y lino sembrado de borlitas y que llamaban borlòn, capichola de Sevilla, gasa listada, florete de algodón, terciopelo liso, paño de Querètaro, bramante cordel o lienzo fabricado en Brabante; se le llamó bramante al cordel, porque hace bramar y gargantear en el potro, es decir, cuando los torturaban en ese suplicio. Encontraron 2 tercios con 70 piezas de manta, además de indianilla fina, chinesca o despoblada; la chinesca valìa 12 reales la vara, medida de longitud usada antes del metro o sistema decimal. De “mezclilla de su abrigo” había 6 varas, la mezcla se le llamaba a un tejido confeccionado con hilos de distintas clases y colores, la mezclilla se tejìa como la mezcla, pero tenía menos cuerpo, eran telas muy apreciadas por su resistencia. Había 14 y media piezas de linòn de aguas, traído de Francia, tejido ligero de hilo en color claro y muy engomado, lo utilizaban quizás en tiempo de lluvias. Vendìan mantas de palio obispales, especie de dosel portátil colocado en varas largas, usadas en las procesiones.

Llaman la atención 14 melindres de Barcelona, a 5 pesos, 4 reales la pieza; indica el documento que los 14 melindres costaban 77 pesos. Los melindres eran dulces de pasta en forma de rosquillas pequeñas, espolvoreadas de azúcar blanca; también se llamaba melindre a la fruta de sartén, hecha con miel y harina, eso aclara el diccionario, aunque quizá podría ser algún adorno femenino, como una cinta delgada, pues las rosquillas ya sean fritas o de pasta, es fácil que pierdan su frescura y se desmoronen, aunque tuvieran un empaque adecuado, pues de Barcelona a Zacatecas era una larga travesía. Bien a bien, no sabemos exactamente què eran los melindres de Barcelona.

Para completar los atuendos de las damas, tenían medias italianas bordadas, o las de Gènova más sencillas, y las calcetas sevillanas algo más cortas.  Las polleras o faldas, las mujeres se las ponían sobre el tontillo o armazón de aros, ya fuera de ballena o de cuerdas; esos tontillos servían para ahuecarlas y el corte para confeccionar polleras o faldas; se mercaban 2 por 60 pesos. El rebozo de los Encantos era seguramente una obra de arte, pues costaba 15 pesos, mientras que los rebozos finos eran a 14 pesos la docena, el mismo precio, que los tejidos en la Puebla de los Àngeles. Abanicos o soplillos se compraban por 1 peso, lo mismo que redecillas para el pelo, ordinarias o bordadas, guantes de rejilla y otros de respiración, sin aclarar la diferencia entre unos y otros. Había encajes, cordones de seda, bricho de plata y oro, nombre dado a una hoja muy delgada de plata o de oro, que utilizaban en bordados y pasamanerìa para ornamentar las prendas. Ofrecìan coloridos mazos de abalorios, provenientes de sitios distantes y distintos; con ellos, las mujeres ensartaban collares, pulsos para la muñeca o los tobillos, que lucían las esclavas. Hilo de Campeche para ensartar y coser, o vidrios de reloj, sin especificar el tamaño, también estaban para complacer a la clientela.

Un lujo para algunas casas eran los vidrios en las ventanas; empacados en cajas, costaban 2 pesos más. Para dormir abrigado había colchas de la Puebla, de Tlaxcala o las de Villalba. Otros utensilios en venta: 3 y media docenas de cuchillos de mesa, 1 docena de navajas de golpe, que seguro se abrìan con rapidez, 1 par de pistolas castellanas, 2 docenas de vasos de cristal, 3 docenas de tazas de la China, 7 gruesas de rosarios guaztecos a 3 pesos la pieza, aunque no se dice de cual Huasteca provenían; 3 pesos de menudencias y 110 pesos de varias prendas. Esas prendas y menudencias no enumeradas en el inventario costaban lo mismo que una esclava joven.

La población ilustrada, los interesados en la lectura, tal vez los maestros, encontraban en el tendajòn el Vocabulario de Nebrija, Catones, Catecismos, cuatro libros de “carmìn” a 2 pesos, podrían ser con hojas de color rojo que se extrae de la cochinilla, había libros de oropel y manos de papel dorado, ¿para adornos? Sigue la enumeración de mercancías dispersas: 20 docenas de tompeates, 7 jeringas finas a 3 pesos, frascos de ojadelata, 1 funda de escopeta y “corales de abrigo”, ¿coral tendría algo que ver con el corazón o con la música? No pude averiguar de que se trataba. 2 petaquillas a 24 pesos cada una, botijas vacìas, caxas de seda de zapatero ¿para coser o bordar los zapatos? Lociòn de aguas de Francia, sombreros de cartón negro, 2 piezas de sandalete ¿para aromar? 107 libras y 11 onzas de aceite de almendras a 1 peso cada libra, 9 pares de calzones de punto de abuja, hilo de munoquilla, 12 y media gruesas de botones, 17 millares de abujas de número a 25 pesos, una espada, un terciado que es una espada un poco más corta, 15 quintales y 2 arrobas de fierro labrado con barras, a 24 pesos el quintal; un quintal pesaba 100 kilos.

Enterados de lo anterior, podemos darnos una idea del trasiego cotidiano en un tendajòn del siglo XVIII. Los reales de minas, cuando de bonanza se trataba, eran sitios de rodar de fortunas y monedas, el lujo, la ostentación, el despilfarro, eran comunes; la iglesia luchaba en vano contra esta moral desenfrenada, pues con el salario obtenido en la penosa labor, dentro de socavones, horadados en lo profundo de la tierra, tras una jornada en frágiles y oscuros túneles, galerías, tiros, donde el peligro acechaba, lo mismo que el gas grisù, los mineros al salir sanos y salvos a la luz de la tarde, cantaban el Alabado, mostrando luego el mismo ànimo y fogosidad, en gastar sus ganancias y liberar las tensiones.

Don Vicente de Escobar, el escribano real, cumplía diligente su oficio. Incluyò en el inventario una lista con los nombres de quienes debían y las pèrdidas ocasionadas por la muerte de algunos clientes. Tras los inventarios y la enumeraciòn de difuntos que se fueron sin pagar, más los deudores morosos, el escribano real y sus auxiliares hicieron el reconocimiento de “la casa de arriba”. Era común que los comercios se instalaran en la planta baja de la vivienda y hubiera en la planta baja los tendajones o accesorias en renta. Las pertenencias de valor que poseìa doña Juana Francisca, aparecen divididas en tres rubros: “Alajas, ajuar y menaje.” Lo transcribo tal como se enumera en el legajo.

Encabeza la foja correspondiente el nombre de Ana Marìa, esclava valuada en 100 pesos; sin más ni más. Sigue un volante de carro, probablemente una colgadura para adornar el vehículo, que valìa 12 pesos. Una caja de grana, ¿grana cochinilla? Especifica únicamente el costo: 20 pesos. “Enagûillas de lustrina encarnado con flores y puntas de plata” a 100 pesos, porque otras “enagüillas azules con punta ancha” costaban 150. Dichas enagüillas son faldas cortas que les ponían a las efigies de Cristo, pues a las imágenes se les vestía según la temporada, o les cambiaban el ropaje durante sus fiestas.

Doña Juana Francisca tenía: tapapiés de tela blanca con franja de millón. ¿Serìa el millón algún tipo de encaje muy elegante y fino? Porque tapapiés llamaban a la ropa interior que usaban las mujeres bajo la falda, y las que tenía nuestra doña Juana Francisca, costaban 200 pesos, equivalente al precio de dos esclavas. El tapapiès parece ser que se llamaba también “brial”; el brial era un faldòn que usaban los hombres y les cubrìa de la cintura a las rodillas. El rebozo “cuapaxtle”, es decir, de color leonado tirándole al café, tenía un valor de 60 pesos, estaba realzado con bordado de plata. Se mencionan también 3 pedazos de seda de plata y oro con su punta correspondiente que costaba 250 pesos, a lo mejor, apenas se estaba confeccionando alguna prenda. Una pollera de terciopelo y su casaca, de 80 pesos; tal vez era su ajuar elegante, el de presumir, para cuando repicaban recio. Tenìa además la doña, 3 “delantares” bordados de 50 pesos. Los “delantares” como su nombre lo indica, se colocaban por delante del cuerpo, sobre los vestidos, para evitar mancharlos mientras se trajinaba en el quehacer.

Enumeraremos ahora las “alajas” que ostentaba en ocasiones especiales doña Juana Francisca: una pulsera de oro chapeteada de diamantes con valor de 600 pesos. Dos “espiochas” una de diamantes de 20 pesos y una de esmeraldas de 26; la palabra espiocha aparece en el diccionario como zapapico, más no puedo explicar. Tenìa cintillos, cintas delgaditas de adorno, los cintillos tumbagas eran de una aleación muy frágil de oro y cobre; “abujas” de pelo y una “cajuela” (caja pequeña) de polvos valuados en 116 pesos. Otros 4 cintillos: 1 de esmeralda y 3 de diamantes se calcularon en 300 pesos; un cintillo era también el cordòn de seda, con flores y pedrerìa para ceñir la copa del sombrero. Sarcillos de diamantes de 150 pesos y por último una pulsera de perlas, para enredar, sin precio.

Las piezas valiosas del menaje que aparecen en el inventario de la casa, donde vivía doña Juana Francisca Tagle Bracho Melendes, eran: un Crucifijo de marfil de 40 pesos, con cantoneras de plata, que servían de adorno y sostèn del baldaquín de damasco. Quizàs al Cristo pertenecían las dos enagüillas. Tenìa ademàs una Dolorosa con pulsera de perlas, vestido de terciopelo negro con punta de plata, cìngulo de galòn de oro y dos hilos de perlas, con valor de 40 pesos. Cornucopias había 6, podían ser vasos con forma de cuerno de la abundancia, pero se les llamaba también cornucopias, a unos espejos pequeños de marco tallado y dorado, con uno o varios candelabros para sostener velas, que con los reflejos aumentaban en algo la luminosidad en las habitaciones.

Cuando en las tertulias llegaban las visitas, tenía la señora una y media docena de taburetes forrados de baqueta, 12 escabeles o asientos pequeños también sin respaldo, con fundas de damasco y una alfombra de 6 pesos. En su aposento, un biombo de cama con pintura ordinaria, una colgadura de cama confeccionada en damasco, tela fuerte con dibujos labrados en el tejido; las colgaduras además de dar privacidad protegían del frìo.

Al final del legajo está la fecha: 18 diciembre 1776. El documento se empezó a elaborar el 13 de mayo de 1772. Se especifica que Ângel Torices murió intestado y en notoria insolvencia. 

                                                       Marìa Teresa Bermùdez

Siglas y referencias

AHEZ, Archivo Històrico del Estado de Zacatecas.

Fondo Minerìa. Memorias y Testimonios. Memoria de Minas 1 8113.