Costuras bordados y confecciones
-…Ya sólo me falta coser los ramos de flores de azahar. Què bien quedó la doble enagua… y los encajes del talle ¡lucen preciosos! ¡Dios santo, cómo me duele la cintura! Los dedos se me agarrotan. Al fin terminè. Ya casi amanece…
Julia imaginaba que aquel vestido era suyo.
-¡Julia, Julia, rrràpido, apùrrrate que no tarrrdan en llegarrr!
Julia se alisò la falda de percal. Se lavò la cara, se trenzò el pelo. Sentìa un hueco en el estòmago.
-¡Espabìlate, mujerrr, coloca todo sobrrre la mesa grrrande del centrrro!
-¡Celestial! ¡Marrravilloso! Serrrà el vestido de novia más bello que se ha visto en esta ciudad…
-¡Julia! El grrran velo cuadrrrado…
Cuando cada cosa estuvo en su sitio, Julia se refugiò en el cuartito húmedo y mal iluminado. Era el taller de costura. Sentada en su silla de trabajo se estiraba para desentumirse. ¡Todo le dolía! También tenía hambre y un poco de susto. ¡¡¡La gran prueba!!! A lo lejos los grititos histèricos de Madame Leonce, la propietaria del exclusivo almacén de modas, la ponían más nerviosa.
-Buenos días, Julia ¿diste ya la última puntada? ¡Mujer, pareces momia! Te traje unas quesadillas y leche, segurito que ni has desayunado.
-Gracias Lupe, al fin lo acabè. ¡Falta nada más la prueba! La Madama se lo probarà en un rato a la novia, ya lo veràs, ¡quedó rete chulo! Y la boda será en La Profesa.
-Lo mirè de pasadita mialma, ¡ahora sì que la Madama te hará oficiala! y te podràs mercar unos botines.
-¡Dios me libre, Lupe! Hace dos meses que no pago el alquiler del cuarto.
-¡Juliaaa! Pàsame otrrras florrres de azaharrr parrra el peinado.
-¡De prrrisa, muchacha! La señorita se cansa…
-¡Julia! Quedó herrrmoso el corrrpiño. ¡Rrràpido! prrrende la bastilla con alfilerrres.
-¡A las cinco en punto enviarrremos a su casa el ajuarrr completo, Mademoiselle!
A las cinco en punto Julia se sentía desfallecer. Todo había sido enviado en elegantes paquetes. Todo su trabajo, todo su esfuerzo, todo su arte. Estaba contenta de su obra. Ella misma había hecho, a mano, las flores de azahar para el hermoso traje de novia. Estaba convencida, de que Madame Leonce finalmente le subiría su sueldo. Ahora no estaba, había ido personalmente a la calle de Plateros para entregar las prendas.
Julia se envolvió en su rebozo. Recorriò de prisa las calles hasta la vecindad, sentía un tremendo cansancio y el estòmago vacìo. Al llegar, la casera y el diurno trataban de calmar los ànimos: dos comadres ¡se insultaban a gritos! Aprovechò el escàndalo para meterse a su cuarto. En un rincón tenía su cama, junto al baùl donde guardaba sus cosas; en la otra esquina, un brasero de ladrillos, una olla y una plancha; al lado, la tinaja rebosante de agua limpia. Todo albeando y en orden. En la pared colgaban jarritos formando figuras, platos de varios colores, tamaños y formas, frutas de barro, conchas, caracoles, algunas jarras y tarros de cristal. Julia estaba orgullosa de sus enseres. Tenìa también una mesita con sus dos sillas de bejuco. En la pared principal una Virgen de Guadalupe y una repisa con flores frescas y veladoras.
Mientras hacìa cuentas, calentò unos pocos de frijoles, café y tortillas. Si Madame Leonce le cumple la promesa de hacerla oficiala, recibirà cuatro reales diarios. ¡Le parecía el colmo de la fortuna! Las últimas semanas trabajó de sol a sol. Algunos días durmió una o dos horas en el taller. Ese vestido de novia y las demás prendas que se mandaron al domicilio valían un potosì… Con el pago, podía darle a doña Ûrsula las rentas atrasadas y pensaba inscribirse en la escuela nocturna.
-Julia, ¡què milagro! ¿Tù aquí tan tempranito?
-¡Milagro, doña Chole! Al fin entreguè el vestido de novia, ¡nomàs lo viera! ¡Es de un raso que acaricia! Lleva encajes y flores de azahar en el corpiño.
-¡Me alegro mucho Julita! Yo vengo a invitarte al baile de mañana. Vendràn algunos pollos, dependientes de La Primavera, dos que tres sastres bien planchados y uno que otro militar. Ya sabes chula, ¡gente decente y de buen talante!
-Gracias doña Chole. ¡Buena falta me hace moverme tantito!
-Bueno mi alma, entonces hasta mañana. Chole, la esposa de Macario Magaña el maestro de música, vendìa dulces y organizaba los bailes de suscripción, para incrementar sus entradas cuando bajaban las ventas.
Lo primero que hizo Julia aquel sábado fue darse un buen baño. Se cepillò el pelo, trazò la raya en medio muy derechita, y dos gruesas trenzas enmarcaron la cara de jùbilo. Se puso su mejor enagua, una fresca camisa deshilada y, de adorno, el único pañolón que se había escapado del empeño. ¡Estaba verdaderamente ilusionada! Por primera vez podría vivir sin pedir fiado cada mes.
Llegò a la calle del Refugio. En el elegante almacén no estaba Madame Leonce, sólo algunas empleadas ordenaban y sacudìan las vitrinas, olìa a perfume, a ropa nueva. Los vestidos seguían los diseños de la última moda, se confeccionaban con telas importadas de caprichosos nombres y altos precios, según el antojo de los famosos: vientre de galápago, suspiro sofocado, sollozo de ajolote. Trajes que podrìan envidiar las damas parisinas, colgaban aquí y allá junto a lujosos sombreros, algunos con plumas multicolores, otros luciendo velos y flores, tàpalos bordados, amplias tùnicas, las habìa de sedas finísimas o de suave y abrigadora lana. Llamaban la atención lujosos frascos de traslùcido cristal que contenían aromáticas esencias. Worth era muy socorrido por su notoriedad en Parìs, era el modisto consentido de doña Eugenia de Montijo.
El almacén de Madame Leonce tenía un infinito surtido de artículos llegados de ultramar, empacados en grandes cajas, que se habían balanceado al vaivèn de las olas en el Atlàntico. Este año de 1868 las damas elegantes disponían de armazones para ahuecar las faldas, ahora no hacia los lados, como las Meninas de Velàzquez, esta vez era hacia atrás; las niñas a la moda usaban el sígueme pollo, las señoras el pellízqueme usted aquí. Julia se reìa para su coleto, al imaginarse la incomodidad de usar aquellos atuendos. Ella no estaba dispuesta a someterse a un corset. Las incòmodas varillas de ballena que se ajustaban las señoras de postìn, eran las causantes de desmayos, jaquecas y convulsiones, aunque las jaquecas se las proporcionaba también el altero de postizos, pues las famosas castañas les pesaban un montón. Con tanto arreglo hasta parecían monas de la dulcerìa francesa:
Si nalgas no tiene algunas,
se pone unas de salvado
y de lana el pecho y piernas
o algodón escarmenado;
y así con tanto agregado,
su crinolina de armòn
sus botines de tacòn,
a fuerza se ven bonitas
y aunque sea del cascaròn,
se miran hoy exquisitas.
Julia salió bruscamente de sus pensamientos al escuchar el alboroto, los gritos desaforados de Madame Leonce que entró como loca en el almacèn:
-¡Me han rrrobado! ¡Estoy arrruinada! ¡Mon Dieu! ¡Esos indios, lèperrros, los arrrierrros y carrrgadorrres habrrràn sido!
Las empleadas temblaban, Julia desapareció en el taller, los silbatos de los diurnos aumentaron la algarabìa. Se presentó la autoridad y Madame hizo inventario de sus cuantiosas pèrdidas. Cuatro cajas perfectamente cerradas, contenían sólo piedras y papeles. ¡Era el fin del mundo! Julia esperò con un nudo en la garganta. A las cinco, hora de cerrar, Madame tenía una jaqueca terrible. Julia se acercò tìmidamente a recordarle su pago. No tenía ni para pasar el fin de semana. Madame a punto de convulsionarse le hizo entrega de dos reales por día.
-Pero…Madame, me dijo que por ese vestido serían cuatro reales diarios. Trabajè varias semanas hasta muy tarde. ¡Esta última estuve cosiendo en las madrugadas para entregar a tiempo el costoso pedido!
-¡Muchacha imperrrtinente! ¡Mirrras lo que me ha ocurrrido y aún exiges! ¡Fuerrra, fuerrra! ¡No quierrro costurrrerrras malagrrradecidas como tú!
-Pero, Madame, necesito el trabajo…
-¡Fuerrra, he dicho…!
Lupe su amiga, logró sacar el costurero de Julia.
Nunca falta un roto para un descosido
Julia caminaba por las calles como sonámbula. De tanta rabia atorada no podía ni llorar. Rechinaba los dientes y andaba sin rumbo. Cuando llegó a la vecindad era muy tarde. Doña Ûrsula la portera ya tenía la boca amarga de preocupación.
-Julita, ¿què te pasa? Niña, dime algo… ¡Doña Chole! ¡Còrrale, baje rápido para abajo!
-¿Què le pasa a Julia?
-Asì llegó. Està trabada, de pasmo, ¡Prepare por vida suya un tecito de tila!
-No doña, más vale darle un trago fuerte. Voy por algo.
En el piso de arriba la bailada estaba en pleno. Doña Chole entró corriendo y tomó una botella.
-A ver, a ver, doña Chole, con que ya se lleva el antìdoto contra las penas…
-¡No, Lorenzo, bueno fuera! una vecina llegó muy malita. ¡Esta de pasmo, dice doña Ûrsula!
-¿Necesita ayuda, Cholita? Yo entiendo de remedios.
Ya en su cuarto Julia no respondìa. La vista perdida, las manos enclavijadas. La memoria repasaba paso a paso los pesares atiborrados. Su madre cosìa para mantenerlas, nunca supo quién fue su padre. Apenas sus deditos pudieron sostener la aguja y el dedal, aprendiò toda clase de labores, aprendiò cuanto la madre pudo enseñarle, desde remiendos hasta bordados en blanco, en oro o en plata. También aprendiò a cortar las telas y confeccionar vestidos. Era muy bien hecha, tenía dedos de hada, decían las amigas de su mamá. Hacer flores que parecían de verdad era lo que la distinguía. Pero eso a nadie le importaba. A los doce cumplidos su madre la colocò en La Corta Utilidad. Julia cortò trajes para hombre: pantalones, casacas y chalecos. Los precios de La Corta Utilidad se anunciaban ¡sorprendentes! Y sorprendente era también el corto salario de la pequeña Julia. Era muy bien hecha y trabajadora, con doce años, un real por día era más que suficiente, en opinión de los patrones.
Cinco reales por semana, y las costuras de la mamá, daban para irla pasando, hasta que la tuberculosis, la temible fiebre blanca, se lo tragò todo. Julia no quiso enterrar a su madre en una caja de tumbilla, costaba doce reales, pero estaba pintada de amarillo; gastò dos pesos y cuatro reales en una mejorcita. Julia se quedó sola. Estaban doña Ùrsula la casera, doña Chole la esposa del maestro de piano, la pareja joven que organizaba los bailes de suscripción. Entre los tres cuidaban de Julia al quedar huérfana.
En 1864 llegaron a México el emperador Maximiliano y su esposa doña Carlota. También muchos extranjeros, entre otros, Madame Leonce, quien abrió un exclusivo almacén de modas en la calle del Refugio. Una conocida recomendó a Julia, que entró ganando un real y medio al día. Desde entonces habían pasado ya cuatro años, y Julia no había podido asistir a la nocturna para adultos, por falta de dinero. De golpe se quedó sin nada…
-Por vida tuya, Julita, ¡di algo! ¡Toma, bebe un poquito!
-¡Momento, doña Chole! ¡esos empachos son mi especialidad!
Lorenzo Garcìa sacò de su bolsa una cajita de ungüento. Frotò, cuidadoso, la frente y el cuello de Julia, acto seguido acercò el remedio a su nariz. Julia, luego de turbulentos sollozos y medio abrir los ojos, empezó a llorar a mares. Lorenzo la sostuvo en su desahogo. Lorenzo mirò a Julia y Julia mirò a Lorenzo. Julia se sintió acompañada y Lorenzo ya volaba…
Un sastre de buen corte
Lorenzo Garcìa trabajaba en el Incendio, una tienda donde las manufacturas nacionales se conseguían a precios accesibles. Capacitaba a los sastres del taller, donde era respetado por honesto. Sus compañeros le querìan bien y formaba parte de la Sociedad Mutua del Ramo de Sastrerìa. Las circunstancias recientes del 1867, el fusilamiento en Querètaro de Maximiliano de Habsburgo, con los generales Tomàs Mejìa y Miguel Miramòn; la demolición de antiguos templos y conventos en 1868, ocasionaban un tremendo sobresalto entre la población.
La noche del 28 de junio, Lorenzo se despertó por unos ruidos muy extraños. Primero pensó que estaba temblando; en realidad el estrèpito lo hacìa una cuadrilla que derribaba la Iglesia de San Andrès, sitio donde permaneciera el cuerpo embalsamado del emperador. Destruida la iglesia, una amplia calle ocuparìa su sitio… Era necesario demoler durante la noche, porque la gente se había alborotado. Poco después derrumbaron la capilla del Rosario. Luego el Colegio de San Juan de Letràn. También varios edificios públicos y casas particulares. Daba mucho dolor ver tanto escombro. Tantas piedras labradas con primor tiradas por los suelos. Lorenzo Garcìa estaba muy triste al contemplar la destrucciòn de su hermosa ciudad, por eso decidió distraerse un poco y asistir al baile en la vecindad de doña Ùrsula.
La tristeza de Julia empezó a disiparse. A Lorenzo el encuentro con Julia le dio nuevos ànimos. Ambos se gustaron, decidieron buscar un nuevo empleo para Julia y del flechazo siguió el romance. Lorenzo tenía buenos amigos y algunos conocidos. Entretanto, procurò conseguir costuras que Julia podía hacer en su casa.
-Julia, he hablado con gente entendida en el asunto, y pienso que lo mejor sería que te emplearas en una fábrica.
-No Lorenzo, ni hablar, no me pondrè a liar cigarros. ¡Lo que yo sè y me gusta es la costura!
-Calma mujer, calma, déjame explicarte. Por lo pronto con estos encargos tienes para irla pasando. La fábrica es mejor, te conviene. Tienes trabajo, un sueldo fijo y puedes ascender…
-¿Sì? ¿y a dónde quieres que vaya? Aquì en la ciudad hay muy pocas. Las de las afueras están mucho peor, aparte de lo lejos, los bandoleros las tienen amenazadas. En San Bernabè, La Magdalena y Contreras, roban cada semana, en Santa Teresa y Puente Sierra les cobran a los obreros por llegar a trabajar.
Usted no se apure mi alma. ¡Algo encontraremos!
…quiero un trabajo suave,
De sentadita,
Y a cualquier fiesta
que se ofrezca,
salir a pasear bien puesta
bien regalada
bien comida y bien paseada
todo lo admito,
en la noche a un fandanguito
me llevaràn…
De templo a fábrica
-¿Estàs lista Julita? Vamos a la iglesia.
-¡Ay, Lorenzo, pero si hoy no es domingo!
-Usted venga, ya lo verà.
Caminaron hasta la calle de Santa Isabel. Por una puertita que apenas se notaba entraron a un pasillo largo, pasaron otra puerta y de pronto estaban en lo que había sido la iglesia, la iglesia de Santa Isabel. Se escuchaba el traqueteo monòtono y uniforme de las máquinas, dónde años atrás se oían los rezos y coros de las monjas. En el sitio donde estaban antes las bancas para orar, noventa y cinco mujeres se sentaban a trabajar. Las paredes y nichos estaban vacíos, no había hermosos altares dorados, ni figuras de santos, ni confesionarios, ni olor a velas prendidas. Algunos objetos de la fábrica adornaban los muros encalados donde podía leerse:
Laborar es orar.
Veinte hombres desempeñaban las faenas más pesadas. Veinticinco niñas, entre los 7 y 8 años eran aprendizas. En la fábrica de sedas Labat y Francoz, manos femeninas convertían la seda en bruto en madejas para coser, bordar o tejer. Se utilizaban también para galones y pasamanerìa. Esta fábrica reunía todos los ramos: hilar, torcer, teñir, enmadejar, todo el proceso se llevaba a cabo en el mismo sitio. Los operarios recibían un adiestramiento especial. El sueldo de las obreras oscilaba entre los tres y los cuatro reales diarios, algunas llegaban a ganar hasta más de un peso.
Al suprimirse el convento de Santa Isabel, una parte se ocupò como vivienda de las obreras y sus familias. Costaba trabajo acostumbrarse al cambio, había sido una iglesia muy bonita, un convento grande y suntuoso. Como el templo estaba en un terreno bajo, seguido se inundaba en tiempo de lluvias, así que en 1852 levantaron el piso. En esas fechas hubo grandes festividades. Julia de pequeña habìa ido con su madre, recordaba la penumbra con olor a incienso y a cera, los enormes retablos, los destellos de las llamitas de las veladoras que le daban miedo, pues con los reflejos pareciera que las figuras se movían. Ya no estaba en una de las capillas la milagrosa Virgen del Perpetuo Socorro a quien su madre le rezara.
El año de 1861, justo el miércoles de ceniza, los comisionados del gobierno sacaron a las monjas. Pasado un tiempo, en el templo establecieron una fábrica. La fábrica de Labat y Francoz elaboraba por semana de trescientas a cuatrocientas
libras de seda. La raya pagada cada sábado ascendía a más de mil pesos.
Escogemos de preferencia a las mujeres que tienen familia. A mujeres jóvenes y de buena presencia. La empresa quiere proteger a seres tan débiles e interesantes de los peligros de la miseria. Principalmente en una ciudad tan populosa, en una época de tan deplorable crisis como la actual…
Julia fue aceptada. Aprendiò a hilar y torcer la seda, a cocerla, limpiarla; continuando el proceso supo còmo teñirla, secarla y abrillantarla, conocimientos que enriquecían su trabajo de costuras. Por último, le enseñaron a elaborar las madejas, con el peso y la forma exactas para su venta. Era una fábrica modelo, ni en Europa existía un espacio como èste, que reunía en un sólo espacio todo el proceso.
¡Peligro! Mujeres trabajando
Conforme Julia aprendìa se daba cuenta de más cosas, sobre todo, de su propia ignorancia. Necesitaba aprender a leer y escribir. Diligente se inscribió a clases; muy puntual, iba diario de siete a nueve y media de la noche al callejón de Betlemitas, domicilio de la Escuela Nocturna Lancasteriana. No le pidieron ningún requisito, le dieron papel y le facilitaban los libros necesarios. Acudìan numerosos obreros y artesanos, el cupo era para trescientas personas. Los maestros, hombres o mujeres, les ponìan mucha atención a los alumnos. Lorenzo también la ayudaba cuando no entendía. La mayor ventaja era la Biblioteca, abierta incluso los domingos, para consultar libros. Allí conoció un día a Leona.
-Viene usted seguido, ¿verdad?
-Sì, ya nos hemos visto algunas veces.
-Me llamo Leona, Leona Paliza…
-¡Ah! ¿Es usted la actriz y cantante?
-Sì, soy yo. Vengo para aprender francés, que ahora nos lo exigen. ¿Y usted?
-Me llamo Julia Ramìrez, Soy costurera. Trabajo en la fábrica de sedas…
-¿Costurera? ¡Què casualidad! Precisamente ando en busca de alguien que quiera ayudarme a confeccionar mis vestidos. No me sobra el dinero, ya usted sabe, todo está carito y malito. Para las representaciones necesito seguido cambiar algún detalle. Al público hay que presentarse siempre muy bien puesta…
-Debe ser difícil ser artista…
-¡Mira, Julia, es igual de difícil que cualquier otra profesión!
Una, debe tener mucho gusto por hacerlo, dedicarle mucho tiempo y mucho esfuerzo.
-¿No es peor por ser mujer?
-¡Ay, mi alma! Claro que sì. Mi padre fue un obrero que me enseñò la honradez. Con él aprendí, desde niña, a moverme en todos lados, a no tener miedo. Eso sì, hay que ser ¡muuuy decente! Si enseñas las pantorrillas te consideran cancanera. Por eso yo prefiero dedicarme al drama, la comedia y ¡la zarzuela que me encanta!
-¡Julita, me entretuve en el taller!
-Lorenzo, te presento a la señorita Leona Paliza.
-Beso su mano, señorita, es un honor conocerla.
Desde que Madame Leonce la despidió, habían pasado varios años. Julia pudo ahorrar un poco. Comprò una máquina de coser. Las de Wheeler y Wilson se anunciaban como las mejores. Seguìa empleada en la fábrica de sedas y se casó con Lorenzo Garcìa. Por el año de 1870, los obreros, hombres y mujeres, se reunían en Sociedades Mutualistas. Sabìan la importancia de estos grupos. Buscaban para ellos y sus compañeros otras condiciones de trabajo, mayor seguridad.
Las condiciones de las mujeres y los niños eran preocupantes. Se dedicaban a cualquier clase de trabajos y carecían de protección en todos sentidos. Los que vendìan sus productos en la ciudad, ganaban muy poco, las mujeres cargaban hijos y mercancìa, que ellas mismas habían hecho o cosechado. La Sociedad Ruth en un intento por protegerlas cuidaba de las niñas, pero no era suficiente. Desde chiquitos desempeñaban faenas muy pesadas, peligrosas y a veces sin que les pagaran. No podían asistir a la escuela ni aprender algún oficio, así que se convertían en malentretenidos que tarde o temprano iban a dar a la cárcel. Podìan servir en casas particulares, acomodarse en talleres o fàbricas, y los salarios, en especial los de las mujeres, eran miserables.
La maternidad representaba otro problema. Para ellas la cèlebre frase: ¡Cuánto respeto y consideración merece la madre! nada tenía que ver con su realidad o condición. Encintas no las aceptaban en ningún trabajo, mucho menos en las fàbricas. Cuando nacía el crìo, para cuidarlo y amamantarlo, se ausentaban causando baja. Algunas se ofrecían de pilmamas o chichiguas, por lo menos tenían que comer. La Compañìa Lancasteriana les proporcionò cierto respiro, al abrir Casas de Asilo por distintos barrios; las mujeres podían depositar a sus hijos menores de cinco años, pagaban una mòdica suma y los pequeños recibían cuidados y alimentos durante el día. De esta manera Julia pudo permanecer en la fábrica, cuando naciò su primera hija.
El año de 1876 fue un año muy movido. Los sobresaltos de la naturaleza hicieron temblar la tierra, cayeron meteoros, aguaceros, trombas. En cuestiones políticas, Porfirio Dìaz andaba levantado en armas contra el presidente Sebastiàn Lerdo de Tejada. Sin embargo, en el Congreso Obrero algunos de sus integrantes, estudiaban el estado social de la clase trabajadora, era necesario tomar medidas prácticas, convenientes, para mejorar sus condiciones de vida. Cada asociación obrera debía enviar a sus representantes.
El grupo de La Social ocasionò enorme revuelo, al anunciar que dos de sus cinco representantes serían mujeres; una de ellas Julia Ramìrez. La simple mención de la presencia femenina en el Congreso fue motivo de debate. Las rechazaron por 37 votos en contra y 27 a favor. Seis oradores las defendieron a capa y espada, los otros seis prohibieron de manera rotunda su asistencia, en un espacio eminentemente masculino.
Como razón definitiva, alegaron: …carecen de personalidad para ser representantes. Las leyes aún no conceden a las mujeres los derechos del ciudadano.
Fueron rechazadas: …por razones de conveniencia para las personas nombradas, en atención a su sexo.
Tan compasivos y prudentes señores. seguro tenían pavor a la competencia y la disfrazaban de bondad hacia el sexo débil. El poder masculino era mucho más fuerte de lo que muchos pensaban. La Legislaciòn Maximiliana, nunca tuvo vigencia a pesar de que abrió resquicios importantes para las mujeres en educación y en polìtica.
Lorenzo y la pequeña Sofìa consolaron a Julia; al fin y al cabo, tenía demasiado trabajo para perder el tiempo en tristezas. Se acercaba la función de Beneficio para Leona Paliza. El vestuario, los adornos y accesorios, confeccionados por Julia con esmero y mucho cariño debían estar listos. El 8 de octubre de 1876, se presentó en escena el drama de Agapito Silva: Después de la falta. Aplaudieron la zarzuela en dos actos: La Sensitiva. Los intermedios se amenizaron con bellas canciones de moda.
En el teatro, lujosamente adornado, no cabìa ni un alfiler. El periódico El Socialista publicò una elogiosa reseña de la función:
Mucho nos alegramos del éxito que obtuvo Leona en su beneficio. Êxito debido a su talento como actriz, a su modestia, y al amor y respeto que profesa a las clases obreras a las cuales pertenece…
Unos meses más tarde, la sección de avisos de El Socialista incluía el siguiente anuncio:
LORENZO GARCÌA
Sastre
Jesús Nazareno 4
Junto a la tocinerìa
Del señor Serrano.
Los pesares y trabajos de Julia durante tantos años no habían sido en balde. Julia era una experta modista de reconocido prestigio, continuaba en casa sus labores para no descuidar a Sofìa y Pedrito.
Como decía Juana la Progresista:
Yo, que habito en un país libre como México donde la ley es igual para todos. Yo, ciudadana de la República, que en el hogar me encuentro bajo el amparo de la ley, que mide a todos iguales, reclamo mis derechos y los de mi sexo, ya que se nos pretenden quitar por unos cuantos…
Precisa es la participación de la mujer, porque ella no quiere ya más tinieblas, camina, trabaja sin descanso, por sacudir un yugo de siglos enteros que la han privado de un derecho que desde su origen se le concedió…
El respeto que don Benito Juárez consiguió para nuestro país, y aún se tambalea en el siglo XXI, continúa siendo una lucha. Para las mujeres el caso tampoco ha sido mejor. Mucho tiene que ver con el amor y respeto por sì mismas.
La igualdad, que motivò a los pensadores de la Revoluciòn Francesa en 1789 ¿se ha logrado?
¿Hemos entendido que a la par de derechos tenemos obligaciones?
En el sitio donde hoy vemos el hermoso Palacio de Bellas Artes, estuvo anteriormente el Convento de Santa Isabel. Al quedar viuda, doña Catarina de Peralta donò las casas dónde habitaba y en 1601, el convento bajo la regla y hábito de Santa Clara empezó a funcionar. Las frecuentes inundaciones, la humedad del terreno obligò a demoler la iglesia, años despuès se construyó una más grande a expensas del capitán Diego del
Castillo. A causa de la exclaustración, el año de 1861 el edificio fue desocupado y en el mismo espacio pusieron la fábrica de sedas de Labat y Francoz. En 1901, quedaron ùnicamente escombros de las antiguas construcciones, para edificar allí mismo el Teatro Nacional. Concluido en 1934, se le llamó Palacio de Bellas Artes
Marìa Teresa Bermùdez
2021