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Relatos

PARTOS OCULTOS

By 5 julio, 2023julio 6th, 2023No Comments

La Guardia extranjera en México.

Al mediar el Siglo XIX en México, la mujer, muy despacito adquiría cierto reconocimiento no sólo por su capacidad reproductiva, tenía además la responsabilidad de proveer ciudadanos, y una poderosa influencia en la educación de los hijos, esos hijos que serían los ciudadanos de la Nación. El gobierno liberal, necesitaba ciudadanos ilustrados, con una preparación acorde al concierto de la modernidad, a los aires de laicismo que volaban de un país a otro; ciudadanos que cumplieran sus deberes y derechos, se sintieran parte de México, su país, y cooperaran a su engrandecimiento. Por ello, la autoridad buscó proteger a las madres, presentes y venideras; les proporcionarían la instrucción necesaria para cumplir tan trascendente labor.

El ramo del magisterio, dedicado a la enseñanza, era uno de los pocos trabajos que las mujeres podían ejercer, ya fuera por vocación, por altruismo, o por ganarse el sustento. El oficio de partera o comadrona, era igualmente un espacio femenino, se aprendía en la práctica, con la madre o la familia, aunque ya había estudios para quienes se dedicaban a recibir a los ciudadanos en ciernes.

Los conflictos nacionales eran innúmeros, no obstante, empezaban a percatarse de que la mitad más débil del género humano, el bello secso, como llamaban en aquellos años al sector femenino, era algo más que bello, era también el dador de vida, el que con amor y paciencia, transmitía a las criaturas el gusto por llegar a este mundo, era quien las cuidaba, apapachaba y formaba, ya fuera madre, tía, abuela, hermana, cualquier otra parienta, o extraña, que estuviera al cargo del recién nacido, hasta el momento de poderse valer por sí mismo; eso se lograba gracias al amor, a toditito lo que ellas sabían y aprendían desde el nacer, y que al practicarlo transmitían a los recién llegados.

El presidente Benito Juárez y doña Margarita Maza conocían a fondo esta situación, eran una familia de muchos hijos, en la vorágine de un México que continuamente debía recrearse a sí mismo. Desde la Independencia, y después de las malhadadas invasiones extranjeras, el país vivió una guerra tras otra, y de resultas, existían un montón de madres que no tenían pareja, no porque un arcángel las hubiera visitado, más bien, por la cantidad de soldados de aquí o de otros países que recorrían el territorio, que cambiaban de sitio, y que: …sí te vi ya ni me acuerdo…. Sembraban huérfanos como quien siembra calabazas, niños expósitos, les llamaban, cuando los habían dejado en algún lugar expuesto, para que un alma de Dios los cuidara; según su suerte, sobrevivían lo que podían.

El 9 de noviembre de 1861, don Benito y el Congreso, decretaron el establecimiento de un Hospital de Maternidad e Infancia en la ciudad de México, pues en la Capital surgían las novedades, se gestaban los cambios. Se destinó el edificio conocido como Hospital de Terceros de San Francisco (1) fundado desde 1761; en aquel entonces, contaba con dieciséis camas, botica, y cementerio propio dentro de la capilla, pero lo tuvieron que clausurar por los olores pútridos que emanaba, amén de las infecciones y contagios. En 1859 la Orden Tercera de San Francisco fue suprimida por las Leyes de Reforma y en ese sitio se instalaría la Casa de Maternidad e Infancia. El momento era muy poco propicio. Desgraciadamente, todo quedó en intento debido a las guerras, invasiones, bruscas mudanzas de esos años, en que empezaba a formarse, a tomar arraigo la nacionalidad, la identidad de México como Nación; una patria que apenas empezaba a consolidarse.

Por tradición, la asistencia a las mujeres embarazadas la proporcionaban las parteras o comadronas, mujeres que tal vez por tener una en la familia, por interés personal, o quizás por hallar en el oficio un sustento, vocación, o tener cierta facilidad natural para hacerlo, se dedicaba a este delicado y trascendental oficio, que desde la época prehispánica tuvo reconocimiento. En 1806 el Protomedicato, Tribunal integrado por los médicos del rey, que examinaba a las aspirantes, había dado nuevas pautas para controlar las funciones que ellas desempeñaban. Se les permitió efectuar estudios teóricos que les proporcionaran más conocimientos, y sobre todo, se pedía que legalizaran su ejercicio profesional.

Sin embargo, asistir a las respectivas cátedras en la Ciudad de México, era muy poco accesible para la mayor parte de las conocedoras del oficio, punto menos que imposible para aquellas que vivían fuera de la Ciudad de México. Por esta y otras muchas razones, las comadronas mantuvieron su calidad empírica, aparejada en ocasiones a la ignorancia. Era necesaria la asistencia del médico, cuando algún alumbramiento presentaba complicaciones serias. La comadrona, al atender a la parturienta, debía cumplir tres funciones básicas: asistir a la madre, recibir a la criatura y si el recién nacido estaba en peligro de muerte, administrarle el bautismo; en determinados casos, se les pedía que tuvieran conocimientos para efectuar una operación cesárea, operación que también el sacerdote estaba autorizado a ejecutar, si la madre había muerto.

A partir del 1833, año en que se fundó el Establecimiento de Ciencias Médicas, y aquí se tenía noticia de los métodos experimentales europeos, se inauguró la Cátedra de Obstetricia Teórica. El maestro de dicha cátedra fue el doctor Pedro del Villar, dedicado a la cirugía y también a la obstetricia, o sea, lo relativo a la gestación, el parto y el puerperio, quien tradujo del francés el Arte de partos, de Chevreul, en 1834. Al doctor del Villar lo nombraron primer cirujano del ejército; posteriormente, él mismo propuso la fundación del Hospital Militar de Instrucción.

La obstetricia tuvo en esos años algunos médicos dedicados a la investigación y enseñanza, como José Ignacio Torres y Padilla, médico cirujano que entre 1830 y 1840, intentó poner en funciones una escuela que impartiera conocimientos a las parteras, instruyéndolas en las diversas técnicas. Torres y Padilla, con la ayuda de un experto artesano, fabricó un fórceps obstétrico, al que le agregó un tornillo lateral, que impedía la presión excesiva sobre la cabeza del pequeño. También por iniciativa de don José Ignacio, se elaboró el primer maniquí obstétrico, de invaluable apoyo para el aprendizaje:

hecho con piel de venado curtida, ixtle, pelvis y parte de la columna vertebral naturales, convenientemente forradas, dotándolo además de un feto artificial, de los mismos materiales, y la cabeza arreglada con el cráneo natural de un recién nacido a término.(2)

De esta manera las comadronas o los médicos, podían aumentar y perfeccionar sus conocimientos.

El presidente Benito Juárez y sus ministros en la Ciudad de México, buscaban reorganizar el Estado dotándolo de bases y estructuras laicas. En 1862, a consecuencia de que el gobierno juarista decretara la suspensión del pago de la deuda, tanto interna como externa, se agolparon los acontecimientos. Inglaterra, Francia y España enviaron sus flotas para reclamar. Francia, la que gobernaban entonces Napoleón III y Eugenia de Montijo, mantuvo sus tropas en el país, pues sus intenciones eran otras, mientras que Inglaterra y España se retiraron honrosamente. La batalla del 5 de mayo, sólo logró retrasar durante un año la invasión francesa. En mayo del 1863, el gobierno liberal empaquetó los archivos más importantes e inició su peregrinación hacia el Norte.

México, vivió en julio de 1864, un abrupto cambio al convertirse en Imperio. Supuestamente, la presencia de Carlota y Maximiliano ratificaba el triunfo del partido conservador, y en especial del grupo monárquico; la llegada de los emperadores fue no obstante, una nueva confrontación. Se pensó, que la joven pareja retomaría las prácticas anteriores, devolviendo a quienes los habían traído, poder y privilegios, pero ¡oh, sorpresa! los emperadores eran más liberales que los liberales más radicales. Desconocían seguramente la Ley de Comonfort, expedida en diciembre de 1856, para castigar los delitos contra la nación, el orden y la paz pública, así que la sentencia contra cualquier usurpador era inapelable. Equidad en la justicia fue la divisa de Maximiliano. En el breve lapso que logró sostenerse el Segundo Imperio (1864-1867), y dentro de los límites posibles, se empeñaron en dar prioridad a las clases desprotegidas, es decir a las etnias, que consideraban la esencia de México.

Si el país era un Imperio, las disposiciones abarcaban la totalidad del territorio. La Legislación Maximiliana, aunque sin validez jurídica, tuvo muy en cuenta a las comunidades originarias, por lo que se decretó la educación bilingüe; en cada zona se aprendería la lengua materna y paralelamente el español, aún en las rancherías más apartadas, en cualquier fábrica o taller, ya fuera rural o urbano con más de cien operarios. La Ley de Instrucción Pública, reorganizó la enseñanza confiriéndole años específicos a cada grado de aprendizaje. Omitió las diferencias entre la que se impartía a niñas y varones; al suprimir las labores mujeriles: bordado, tejido, flores artificiales, trabajos en pelo y otros primores, a los que ellas se dedicaban generalmente en sus casas o tiempo libre; dichas labores permitían a las mujeres sostenerse, o por lo menos, ayudarse económicamente con las manualidades.

Ese mismo año de 1865 el doctor Julio Clement, de la Facultad de París, miembro de la Academia de Medicina, practicó por vez primera en México una ovariotomía o castración de la mujer, operación que ya se experimentaba en otros países, con objeto de modificar trastornos de la personalidad; consideraban la femenina, regida por los órganos reproductores. La primera operación efectuada por Clement se dijo exitosa; a los pocos meses volvió a repetirla y la paciente murió de agotamiento nervioso. Se documentaron ambos casos, sin especificar el nombre, ni el motivo por el cual las mujeres fueron sometidas a semejante intervención. (3)

Para abril de 1866, había en el Consejo Central de Salubridad de la Ciudad de México, 24 parteras autorizadas para ejercer. (4) Se les permitió a las damas, ingresar a la Escuela de Medicina, siempre y cuando se limitaran a los estudios de obstetricia. La convocatoria para asistir a estos cursos fue publicada en el Periódico Oficial y otros diarios:

PARTERAS

Desde hoy hasta el 31 del presente quedan abiertas las inscripciones para las mujeres que se dediquen al estudio de la obstetricia; pudiendo al efecto ocurrir a la secretaría de esta Escuela los lunes, miércoles y viernes de 5 a 6 de la tarde.

México, mayo 15 de 1866. El Secretario de la Escuela de Medicina, Luis Martínez del Villar. (5)

Carlota, educada por su padre para desempeñar un papel activo en la política y el gobierno, primera mujer que tuvo autoridad oficial en México, abrió el espacio a la participación femenina, con opción a influir en las decisiones de Estado. El Imperio se dividió en Departamentos y cada Departamento estaba gobernado por un Prefecto Político, que dependía directamente de la autoridad imperial. La emperatriz dictó Instrucciones a las esposas de los Prefectos, para que se encargaran de la vigilancia y mejora de las escuelas de primeras letras, la beneficencia y las cárceles, prestando especial atención a sus congéneres. Fueron contadas las señoras Prefectas interesadas en participar.

Incansable, la emperatriz trabajó para lograr la apertura, planeada anteriormente, de la Casa de Maternidad e Infancia en la Ciudad de México. En el transcurso del mes de abril, Carlota deseaba quedar en estado de buena esperanza, embarazo al que Maximiliano su marido, y emperador de México, era totalmente ajeno. Carlota, muy activa y diligente, se ocupó en persona de elaborar los presupuestos para la obra, calcular el costo del mobiliario, telas, enseres indispensables y redactar un detallado Reglamento para su administración económica. (6) Se dotó a la institución, de una parte del edificio ubicado junto al Hospicio de Pobres, pensando en los pequeños que serían recibidos en la nueva Casa; el domicilio tenía ingreso por la calle de Revillagigedo. La obra de remozamiento le fue confiada a un ingeniero civil de nombre Bustillos, que concluyó satisfactoriamente su trabajo en el mismo mes.

La casa tiene todas las comodidades que pueden desearse: habitaciones para el director, las profesoras y las alumnas; cuarto de consultas, anfiteatro, salas muy bien dispuestas y ventiladas, y departamento separado para partos ocultos. Entendemos que próximamente se pondrá en uso este establecimiento, y el público comenzará a disfrutar de sus ventajas. (7)

Paralelamente a la remodelación del inmueble, se reconstruyó el Hospicio, que estaba casi en ruinas, se habilitaron más habitaciones y Carlota estuvo al pendiente de la organización económica, incluidos los alimentos de los internos; se ocupó también de organizar la enseñanza de los hospicianos, la planta de preceptores, sus conocimientos y buen desempeño en las clases y los talleres, donde los alumnos aprenderían un oficio, que les fuera útil para vivir honestamente cuando fueran mayores. (8)

La Casa de Maternidad e Infancia tuvo para Carlota un significado muy especial. Ella fijó para su inauguración el 7 de junio de 1866, fecha del tercer cumpleaños que celebrara en México. Se sentía muy satisfecha de su actividad en la Beneficencia, el reducido espacio en el que Maximiliano le permitía tener autoridad. Se murmuraba sobre varios galanes de la joven emperatriz, principalmente de Alfred Van der Smiessen, un militar enviado por su padre el rey Leopoldo de Bélgica, con una guardia especial para su cuidado. Carlota sentía remordimientos por esos jóvenes, lejos de su patria y sus familias; cuando no estaban en campaña, les enviaba chocolate y pan para la merienda.

Ella desde que llegaron a Veracruz, se fijó en los buenos modales y verdes ojos de Feliciano Rodríguez de la Rocha, caballerango mayor de palacio, hombre muy cabal, participó en La Angostura y otras batallas contra las tropas estadounidenses. El mismo Maximiliano lo nombró, tiempo después, responsable de la seguridad de Carlota, durante el riesgoso viaje, que a causa de la quebrantada salud de Max, Carlota tuvo que emprender sola a la Península de Yucatán.

A pesar del arduo trabajo realizado, del enorme interés por su obra, Carlota, el día de su veintiseisavo aniversario, no asistió a la inauguración de la Casa de Maternidad e Infancia. Tuvo que concurrir, acompañando de manera oficial al emperador su marido, a la ceremonia y festividades por la apertura del moderno ferrocarril que unía la ciudad capital, con el bosque de Chapultepec y el pueblo de San Ángel. La emperatriz, estrujando su pañuelo de fino encaje hasta destrozarlo a mordiscos, forzaba una sonrisa atragantándose de miedo, sabiendo en su interior a ese ser, que ella y Feliciano aguardaban con tanto amor y temor, con tanto gusto y angustia. Sin oportunidad de negarse a la Orden Imperial, impedida de decidir por sí misma, no pudo asistir a la inauguración de la Casa de Maternidad. En el pueblo de San Ángel, los habitantes madrugaron con las: …quince músicas de viento… que desde las siete de la mañana recorrían sus empedradas calles. El emperador Maximiliano dijo en su discurso: …Cada legua de ferrocarril que estrenamos es un paso más hacia la prosperidad y grandeza de la nación… (9) Por la noche hubo baile con música de cuerdas, en la Plazuela de los Licenciados, contigua a la iglesia de San Jacinto; los cuetes y el jolgorio se prolongaron durante varios días.

Esa misma mañana del 7 de junio, en la Ciudad de México, puntualísimo a las doce del día, se presentó en la calle de Revillagigedo don Antonio Escandón, el empresario poblano que había financiado gran parte de la obra; iba en representación de Carlota, para inaugurar la Casa de Maternidad e Infancia. El cirujano militar José Espejo fue nombrado director provisional del:

asilo importantísimo para las mujeres que privadas de los recursos del arte por su desgraciada situación cuando éstos se hacen indispensables, y aun de los medios más comunes para la asistencia ordinaria que reclama su sexo cuando dan al mundo nuevos seres, hoy encuentran en donde se les pueda dar toda clase de ausilios (sic).

El Pájaro Verde, otro de los periódicos de mayor circulación, reseñó en sus páginas del 12 de junio de 1866 las bondades del asilo importantísimo. El gobierno imperial aportaría lo necesario para el gasto cotidiano del benéfico establecimiento. Aunque las condiciones del erario y del país no eran propicias, Carlota y sus damas trabajaron arduamente en la organización de diversas actividades; recababan fondos para las víctimas de inundaciones, terremotos, epidemias y otras desgracias. Esta vez, Ni tardas ni perezosas, organizaron una rifa para reunir fondos, los objetos fueron puestos a la vista del público en el Palacio de Minería.

El emperador cumplió 34 años el 6 de julio. La solemnidad fue ensombrecida porque estaba indispuesto. Max permaneció en Palacio, en tanto que Carlota lujosamente ataviada, con capa y diadema, presidía sola el solemne Te Deum y el banquete. Sin que nadie, quizás ni ella misma se lo hubiera imaginado, dos días más tarde, partió rumbo a Veracruz custodiada por un escuadrón. En el jarocho Puerto, sitio de chinacos, dónde se cantaba el: Adiós Mamá Carlota, de Vicente Riva Palacio, la emperatriz embarcó hacia Europa el 10 de julio de 1866.

De las ganancias obtenidas en la rifa de Minería, Carlota se llevó mil pesos que destinó a la compra de libros e instrumental quirúrgico, para la Casa de Maternidad e Infancia. Durante la difícil e incómoda estancia de Carlota en Francia, el Ministro José María Lacunza le informó que hasta ese momento, cinco mujeres habían recibido atención al dar a luz, una de ellas en el departamento de partos ocultos, y los cinco habían sido partos felices; cuatro mujeres más habían ingresado, próximas al alumbramiento, y otras tres aguardaban el turno de internarse. (10)

¿Y ella? ¿Carlota la emperatriz? ¿Tendría que dar a luz en el departamento de partos ocultos? El sitio indicado para las mujeres que carecían de la bendición del matrimonio eclesiástico, las adúlteras, que por ese motivo eran repudiadas, mal vistas, criticadas por la sociedad. Que además, si lo deseaban, no podían quedarse con el hijo, ni demostrar la felicidad de tenerlo, ni amamantarlo, ni acariciarlo, ni criarlo. ¿Y ella? Ella era una emperatriz, ungida y coronada. Ella era una mujer que esperaba un hijo que no era de Maximiliano de Habsburgo, su cónyuge, miembro de una de las familias más poderosas. Ella, Carlota, esperaba un hijo bastardo. Los emperadores, los reyes, los nobles, también los plebeyos, podían tener hijos naturales, sin sufrimiento.

Carlota, la emperatriz, podía pero no debía tener un hijo fuera de matrimonio.

Ella, Carlota, mujer, había fallado en el cumplimiento de sus sagrados deberes. ¡Era infiel! ¿Sus sentimientos?, ¿el amor?, ¿el matrimonio morganático que vivía? Además de Feliciano, únicamente Pepita Varela su amiga y dama de compañía, Matilde Döblinger y Amalia Stöger, sus fieles camaristas, conocían su secreto a voces. Feliciano y Pepita estaban en México. Ella mujer, esposa, emperatriz, no tenía autoridad ni siquiera sobre su persona, menos sobre su propio cuerpo. Le correspondía obedecer, dedicarse a llevar a cabo las negociaciones para no perder el trono de México, que también a ella le interesaba conservar, ¡es su oficio! Ella, Carlota ofreció regresar a México en septiembre a proseguir sus trabajos. A los muchachos del Hospicio, también se los había prometido.

Ella, Carlota, no debía tener un hijo ilegítimo, los Habsburgo, su familia política no lo admitirían. Ella, Carlota, y el chiquito que lleva en sus entrañas están en continuo peligro. Carlota se atemoriza, vive con miedo, con un pavor que la enloquece sin tregua ni respiro. Cumple las órdenes de Maximiliano para aferrarse a algo. ¿Qué pasará si pierden el trono de cactus?

A las mujeres, nos corresponde vivir meses de embarazo con la alegría, pero también con las molestias y dificultades que ello implica, parir con dolor, sobrellevar el puerperio, amamantar con apuros, desvelarse sin menoscabo, cuidar sin fatiga, atender sin cansancio, sanar con acierto, acariciar, asosegar, apapachar a cualquier hora y momento. A Carlota, le está negado este proceso natural. El temor la atosiga, alcanza los extremos al pensar que quieren matar a su criatura. Por eso, desde su visita a Eugenia y Napoleón, no quiso comer ni tomar nada, temía que los envenenaran. Su última esperanza la cifró en el Papa Pío Nono, quizás el Representante de Dios sobre la tierra, tal vez él en su magnanimidad podría apoyarla, le daría paz y perdón. Hablaron durante una hora larguísima, a solas, y Carlota supo, que para el Pontífice era más importante mantener su buena relación con Francia, que sostenía su Estado, que negociar a favor de una mujer adúltera y en pecado.

Sin salir del Vaticano, el Cardenal Antonelli, para distraerla mientras se les ocurría cómo sacarla de ese espacio eminentemente masculino, la llevó a visitar un orfanato; al pasar por las cocinas, le encantó el aroma de los guisos y ella tenía apetito, le ofrecieron probar, pero ante la sospecha de envenenamiento, ella metió la mano en el perol, y sufrió un desmayo por el intenso dolor de la quemadura. Aprovecharon el instante, para trasladar a Carlota la emperatriz de México al Albergo de Roma dónde se hospedaba, los propietarios estaban muy incómodos con su presencia. Pío Nono, liberado de un grave conflicto, avisó de inmediato a su familia, en Bélgica. Felipe su hermano menor, la convenció de viajar a Miramar. El emperador Francisco José, hermano de Maximiliano, enviaría desde Viena al doctor August Riedel, director en Viena del hospital de enfermos mentales, para encargarse del cuidado de la emperatriz.

El 18 de octubre se publicó en El Diario del Imperio, un telegrama oficial que ratificaba a Maximiliano, la enfermedad de Carlota en Roma y su inmediato traslado a Miramar. Dijeron que Carlota sufría de una fiebre cerebral muy grave. El Mexicano pudo confirmar la noticia dos días más tarde. En la misma página, otro artículo se refería a la Casa de Maternidad e Infancia, que proporcionaba a las mujeres que estaban internas: …alimentos muy bien condimentados y abundantes… El periodista, describe las habitaciones comunes con camas de fierro, separadas unas de otras por cortinas de cotí una tela gruesa que permitía privacidad; se explaya al mencionar las salas especiales para operaciones quirúrgicas, muy bien equipadas, con un botiquín surtido de todo lo necesario, describe los cuartos de baño, las despensas, el guardarropa,…fuentes y llaves por todas partes para el agua; azotea y jardín para el ejercicio y el recreo de las enfermas, y se va a establecer una capilla…

A las enfermas, futuras madres que pronto se aliviarían, se les daba ropa de buena calidad, para ellas y para los pequeños que estaban por nacer. También menciona el artículo a una excelente joven, profesora de obstetricia, que cuidaba en la casa de todos los detalles; su nombre era Adelaida Zuleta y también tenía el oficio de partera. (11)

Junto a la Casa de Maternidad e Infancia, el ingeniero Bustillos trabajaba en una nueva edificación, ordenada y en parte costeada aún por Carlota; la Casa de Asilo de San Carlos, que se menciona en el mismo número de El Mexicano. Dicha obra estaría destinada:

…a los artesanos y gente menesterosa que viven de su trabajo, y en las horas de él no pueden cuidar a sus hijos, los dejen allí en depósito, acudiendo terminadas sus labores a recogerlos. (12)

Las mujeres del pueblo, siempre dedicadas a diferentes ocupaciones, cabezas de familia, batallaban por conseguir casa, vestido y sustento. Cuando no podían ocuparse de sus críos, el asilo les proporcionaría una manera de aligerar su diaria y complicada jornada.

En aquellos años un embarazo fuera de matrimonio no era un pecado venial, era algo muy grave, pecado mortal o capital, pues equivalía a la deshonra de toda la familia. Las mujeres en ésta situación tan comprometida, por lo común vivían su tragedia repudiadas, estigmatizadas, se les condenaba sin tomar en cuenta su sentir, su condición. Ellas, solamente ellas, y nadie más que ellas, eran culpables. Mujeres sin juicio, quizás por andar de casquivanas, lujuriosas, tenían que arreglar su vida a pesar del dolor, del sufrimiento propio y ajeno, de acuerdo a sus posibilidades. ¿Se embarazarían solitas?

Cualquier casona, pueblo, rancho, hacienda, bien podría esconder el fruto del pecado, para librar a una honorable familia de la mancha, el descrédito, la mala reputación, de que alguna de sus integrantes, soltera, tuviera un hijo sin padre, o mejor dicho, de un padre invisible, despistado, lo peor: fuera del matrimonio bendecido por la iglesia. Los matices son innumerables y cada caso es distinto, con tenues o marcadas diferencias. Recluirlas un año en soledad, lejanía, incomunicación, con cuidados muy precarios o nulos, vivir ese castigo, debe haber sido tremendamente doloroso para el cuerpo y para el alma, para la madre y para la criatura.

Aunque las mujeres siempre han sabido entretejer lazos solidarios, las jóvenes embarazadas, recluidas, agobiadas por la espantosa culpa, habrán derramado torrentes de lágrimas inútiles, por el engaño, por las promesas incumplidas, por la rabia de estar presas, por sufrir en soledad dolores físicos y morales, porque no recibían consuelo, ni remedio, mucho menos comprensión o cariño. Tal vez les ocurrió por su tremenda ignorancia. Habrán lanzado al viento airadas voces que nadie escuchaba, gritos, quejas sin cuento, reproches a oídos sordos, ausentes. Quizás, arrepentimientos tardíos, en aquel aislamiento propicio a la locura, mientras el susodicho sujeto, casi siempre tan responsable como la mujer encerrada, se paseaba libre y tan campante. El punto sobre la i, consistía para ellas y los involucrados, en volver al disimulo, la incongruencia, la apariencia, sortear el qué dirán, sin importar las consecuencias para la familia y la descendencia.

Un mínimo reconocimiento hacia estas cuestiones, parece despuntar cuando se funda la Casa de Maternidad e Infancia, aunque tal vez, lo más doloroso para ellas fuera no poder criar al pequeño, sin olvidar, que cada cabeza es un mundo, y cada mujer toma sus propias decisiones. La Casa de Maternidad e Infancia, conocida igualmente como Hospital de San Carlos, permaneció al servicio de las mujeres hasta el año de 1906.

Ella, Carlota la emperatriz, permaneció en el Castillo de Miramar. Su hermano mayor Leopoldo rey de Bélgica, ordenó a los Rothschild, no entregarle ni un céntimo de su inmensa fortuna. Al sentirse estrechamente vigilada e intentar escaparse, fue recluida en el Castelleto, una construcción enclavada en los jardines, de la que no le permitían salir, incluso puertas y ventanas fueron tapiadas.

El 23 de enero de 1867, registraron en Bruselas a un niño de dos días de nacido de nombre Maxime; adoptado tiempo después por Francisco José Weygand, obtuvo la nacionalidad francesa y estudió en la Academia de Saint-Cyr, sólo para nobles. Maxime Weygand pensó que su madre lo había abandonado al nacer, hizo oídos sordos a cualquier acercamiento, y murió como héroe en 1965.

Maximiliano de Habsburgo, emperador de México, fue fusilado en Querétaro el 19 de junio del 1867. Su salud era muy precaria. No intentó huir ni abdicar. La Fragata Novara que había navegado a México con Carlota y Max, trasladó sus restos a Trieste y fue enterrado en Viena.

A Mathilde Döblinger y Amelia Stöger, las fieles camaristas de la emperatriz, que compartieron con Carlota sus años en México, se les halló muertas en Miramar, bajo circunstancias muy extrañas. De Pepita Varela, la dama café, descendiente de Netzahualcóyotl, existen escasas referencias.

Enriqueta reina de Bélgica, la cuñada de Carlota, en compañía del Barón de Göffinet, la rescataron del cautiverio en Miramar, en contra de la abierta oposición de Charles Bombelles y el personal del castillo.

Alfred van der Smissen regresó a Bélgica, ascendió a general, y se suicidó en Bruselas el año de 1870.

Olindo, la Quinta que compró Maximiliano en Acapatzingo, Morelos, única propiedad que tuvo en México, y donde mandó construir una alberca para la emperatriz, la legó al coronel Feliciano Rodríguez de la Rocha. La familia de Feliciano quemó todos los papeles referentes a su relación con Carlota.

Carlota, fue trasladada a Bélgica. Sobrevivió perdida en la penumbra de sus desvaríos, hasta el año de 1927. Como emperatriz, no obstante el fracaso del imperio, dejó una herencia para las mujeres y una huella profunda en su patria adoptiva. La aceptación del trono de cactus significó embarcarse en una aventura de trágico final. Es probable que su personalidad fuerte y voluntariosa la alejara de Maximiliano. Su necesidad de sentirse amada le proporcionó la anhelada maternidad. Ni como mujer ni como emperatriz, pudo defenderse. Sus anhelos se convirtieron en poderosas razones que cooperaron a su insania.

Ser mujer es igual a no existir… opinaba Su Majestad.

Con respecto a las mujeres en México, la mayoría tuvieron que conformarse y seguir actuando en el anonimato. Algunos años más tarde, el historiador Jesús Galindo y Villa se refirió a la libertad de enseñanza otorgada por la Constitución, que les dejaba desempeñar profesiones como la obstetricia y el magisterio, pero la osadía femenina las impulsaba al campo de la medicina, de las leyes, ¡evidentes señales de peligro!

¿no tocamos ya en México los comienzos de verdadero feminismo? ¿Estaremos dispuestos para aceptarlo sin tropiezo? ¿Es conveniente para nuestro modo de ser social?

La mujer a pesar de su privilegiado cerebro, de su perfecta inteligencia, de su perspicacia, de poderse colocar a la altura del hombre mismo ¿estará en aptitud de neutralizar sus delicadas funciones fisiológicas? Y ¿quién osa contrariar las sabias y admirables leyes de la naturaleza? ¿No acaso cuando estas se vulneran suceden cataclismos y revoluciones funestas?

La sueño recatada instruida en alto grado sin perjudicar sus facultades: que en el hogar sea reina y señora, y fuera de él digna de su sexo. (13)

Llegada a Trieste de la fragata Novara con el cadáver embalsamado de Maximiliano.
En la parte inferior el sepelio de Maximiliano de Habsburgo en Viena.
Ilustraciones tomadas del periodico: Ueber Land und Meer.
Stuttgart, 1866

María Teresa Bermúdez

Verano del 2023.

NOTAS

1.- Dublán y Lozano, 1876-1904, IX, p.324.

2.- Valle, Rafael H, 1942, pp. XLIX y L.

3.-Fernández del Castillo, Francisco, 1956, pp. 155-156.

4.- El Mexicano, 15 abr 1866.

5.- El Diario del Imperio, 29 may 1866.

6.- El Mexicano, 29 abr 1866.

7.- El Mexicano, 12 abr 1866.

8.- El Diario del Imperio, 4 jun 1866.

9.- El Mexicano, 10 jun 1866.

10.- Weckman, Luis, 1989, pp. 209-210.

11.- El Mexicano, 20 oct 1866.

12.- El Mexicano, 20 oct 1866.

13.- Galindo y Villa, Jesús, sf., p. 24.

HEMEROGRAFÍA


El Diario del Imperio, México, 1866.

El Mexicano, México, 1866.

El Pájaro Verde, México, 1861 – 1877.

BIBLIOGRAFÍA

Bestenreiner, Erika, Charlotte von Mexiko. Triumph und Tragödie einer Kaiserin.

Piper, München, 2007.

Dublán y Lozano, Leyes, Decretos y Reglamentos. 1876-1904, México, Gobierno, T. IX.

Galindo y Villa, Jesús. La educación de la mujer mexicana a través del Siglo

XIX. México, Imp. Del Gobierno Federal en el Ex-Arzobispado, sf.

Haslip, Johan, Maximilian Kaiser von Mexiko, München, Wiederstein, 1972.

Leyes, Decretos y Reglamentos del Imperio, México, Escalante, 1865.

T. I, V, VI, VII.

Fernández del Castillo, Francisco, Historia de la Academia Nacional de Medicina

De México. México, Fournier, 1955.

Valle, Rafael Heliodoro, La Cirugía Mexicana del Siglo XIX. México, Sag, 1942.

Weckmann, Luis, Carlota de Bélgica, México, Porrúa, 1989.

AGRADECIMIENTOS

Herbert Durdis, entrañable amigo interesado en el Segundo Imperio, me envió desde Wiener Neustadt, ya hace tiempo, las ilustraciones que aparecen en el texto.

Adriana Chalela y Alicia Molina por su amistad, sus atinados comentarios y el disfrute de nuestro taller semanal.

Frithjof Brauns, por su apoyo y su paciencia.

A Sergio Escobedo por sugerirme el titulo.