Sebastiano Ricci,
Éxtasis de Santa Teresa.
Vicenza. Ca.1727
La reverencia hacia lo Sagrado, la ritualidad, el misticismo, o los milagros, aparentemente se han diluido; no obstante, es cierto que cada palabra, acto, o pensamiento humano, tiene una carga específica, puede lograr cambios, posee un potencial que sirve de consuelo o ayuda. Forman parte de la espiritualidad que llevamos dentro, aunque no la identifiquemos, ni tengamos idea de que existe.
Teresa de Ávila, fue recluida en un convento, su padre la encargó a las monjas para educarla, a raíz de la muerte de la madre, cuando la niña tenía apenas 12 años. Era una chica muy alegre, simpática, además de muy guapa y salerosa, una españolita de cepa; bailar era su gusto. Disfrutaba, golosa, la comida, no sólo saborearla, sino también andar en los fogones, participar en el aliño y el sancocho, agregar los condimentos, le agradaba tanto, como tocar la pandereta o el tambor, y alborotar el convento.
A los 18, decidió quedarse con las Carmelitas de la Encarnación. Quizás era mejor la convivencia en el convento, que atender un caballero y parir hijos. Cuenta Teresa, que durante años, empezó a sentirse aburrida. Igual en qué momento, de un día cualquiera, cuando ya iba a cumplir los 40, el Ecce Homo, una escultura de Cristo lastimado y sangrante, en uno de los corredores, le permitió participar del sufrimiento. Ese fue su primer encuentro místico. Lloró muchas horas. En ese momento nació Teresa la mística, la que levitaba, era capaz de trascender lo físico, sentirse iluminada, y muchas otras experiencias dificultosas de explicar.
Hoy en día, la apertura de variados aspectos de la psique, la intuición, el inconsciente, los arquetipos, el encuentro con el niño interior, entre otros, hacen de la espiritualidad, una manera de practicar la mística, una teología más profunda, que tal vez sane el doloroso pasado.
ORACIÓN DE SANTA TERESA DE ÁVILA
¡Oh, Señor! Tú sabes mejor que yo, que día a día envejezco,
Y algún día seré anciana.
Protégeme de la vanidad de emitir juicios en cada ocasión,
Y sobre cada tema.
Perdóname la inmensa manía, de meterme a ordenar los asuntos
Ajenos.
Enséñame a ser reflexiva, más no suspicaz.
Caritativa, pero no dictatorial.
Es una lástima no propagar mi inmenso acopio de sabiduría,
Pero tú entiendes ¡Oh, Señor! Que deseo conservar unos cuantos
Amigos.
Cuídame de relatar pormenores en demasía y concédeme llegar
Directo al meollo.
Enséñame a callar sobre mis enfermedades y achaques,
Aumentan como las ganas de contarlas, año tras año.
No me atrevo, a suplicarte la gracia de escuchar con agrado, relatos
De enfermedades ajenas, pero sí que aprenda a soportarlos con
Paciencia.
Enséñame la prodigiosa sabiduría, de que soy capaz de equivocarme.
Consérvame tan amable como sea posible. Yo no quiero ser una santa,
-con ellos es muy difícil vivir-
Pero un viejo cascarrabias, es la obra maestra del diablo.
Enséñame a descubrir en los demás, talentos insospechados,
Y concédeme ¡Oh, Señor! El don de ponderarlos.
Santa Teresa de Ávila. Orden de las Carmelitas.
28 marzo 1515- 4 octubre 1582.