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Personajes

Trinidad Sánchez Santos

By 5 febrero, 2021mayo 14th, 2021No Comments

UN PERIODISTA DE OPOSICIÓN.

El Siglo XIX proporcionó a la humanidad varios inventos que incrementaron la velocidad, prontitud, ligereza, impetuosidad en las comunicaciones; el ferrocarril al acortar el tiempo de viaje entre un sitio y otro acercó a las personas de distintas ciudades. El telégrafo les permitió enterarse casi de inmediato de los sucesos ocurridos en lejanos sitios. Fue el decimonónico un siglo positivista y fumador, el que empezó con las carreras, la rapidez, lo apresurado, el ganar tiempo, el andar de prisa de un lado para otro. México, como país independiente aún no cumplía los 100 años de vida.


Trinidad Sánchez Santos, el menor de seis hermanos, nació en la Hacienda de San Bernardino Zitlaltépec, cercana a la ciudad de Huamantla y al volcán de La Malinche, en Tlaxcala. Esa zona fría y muy fértil que se localiza entre los llanos de San Juan y el Valle de Puebla, donde surge inmenso el majestuoso volcán que también recibe el nombre de Matlalcueye, como se le conoce entre los Tlaxcaltecas a la diosa madre, a la madre tierra, desde la época prehispánica.  Malinche o Matlalcueye ostenta en su cima varios picos, negros, de fina arena en tiempos de calor, blancos cuando en invierno bajan las temperaturas. De esos enormes picachos se forman y descienden profundas barrancas, en algunas temporadas fueron refugio de malechores y bandoleros. Sin embargo, moldean su hermosa falda, muy extendida para lucirla, tal vez por eso también le dicen La de enaguas azules, quizá por el tono de la tierra oscura que cambia de matices con los rayos del sol y las brumas que la acarician. En esos paisajes vivió su niñez el niño Trinidad.

En vista de tener una numerosa prole, don Mariano Santos, activo participante en la política de la región, consciente de la importancia de una formación sòlida para sus hijos, decidió con su esposa, doña Josefa Santos, trasladarse con la familia a la ciudad de Puebla. Trinidad aprendiò allí las primeras letras; aún no cumplía los diez, cuando murió don Mariano en 1867.  Trinidad fue alumno del Seminario Palafoxiano, y ya desde entonces, mostró interés por escribir y dar a conocer sus escritos. De carácter alegre, combativo, optimista, elaboraba una gacetilla manuscrita a la que titulò: La Mosca.

La infancia y juventud de Sánchez Santos, coincidieron con las batallas entre liberales y conservadores, que buscaban controlar la joven república, y con las intermitentes amenazas de invasiones extranjeras. Justo el año de la muerte de Mariano Sánchez, sucumbió el Segundo Imperio, tras el fusilamiento de Maximiliano. El grupo liberal quería configurar una nación libre, civilizada, consciente de sus obligaciones; unificar un extenso y heterogéneo territorio, en el que la educación asumiría el papel de agente unificador. Hasta ese entonces, el único elemento que confería unidad al país era la religión católica, así que, el poder de la Iglesia en todos los ámbitos resultó un enérgico oponente a los esfuerzos liberales. El grupo conservador después de la tragedia de Querétaro replegó sus actividades, y sus integrantes intentaron a toda costa proteger la tradición católica, que además se veía amenazada por el creciente laicismo de varios países. En México era precisa una tregua, que permitiera al pueblo asimilar los cambios, asumir su desconocida ciudadanía y ello implicaba un lento proceso, que únicamente los hábitos de trabajo, la instrucción y la educación podrían lograr. La ignorancia era el peor enemigo.

Hacia fines de 1878 Trinidad Sánchez Santos con su madre y hermanos mudaron domicilio a la ciudad capital. Los ferrocarriles, los vapores, el telégrafo representaban el progreso; sus líneas proliferaban en la urbe, se extendían al resto de la república y hubo comunicación directa con el extranjero. Los experimentos de Alexander Graham Bell en Boston, para que los sordos escucharan mejor, lo condujeron a inventar el teléfono. Durante el mismo año la Compañía Telefónica Mexicana obtuvo la primera concesión, y se llevaron a cabo los primeros ensayos para comunicarse al pueblo de Tlalpan. El fonógrafo de Thomas Alva Edison causaba furor exhibiéndose por primera vez, las exposiciones de todas clases proliferaban, y Porfirio Díaz asumió su primera gestión como presidente de la república.

Trinidad era un extraordinario observador social que captaba al vuelo la realidad mexicana; su sensibilidad y su espíritu combativo definieron su vocación por el periodismo. Vinculado por sus creencias a la prensa conservadora, prosiguió su formación con Alejandro Aguilar y Marocho director y propietario de La Voz de México, órgano de divulgación de la Sociedad Catòlica. La influencia del escritor y ensayista poblano Alejandro Arango y Escandòn, se nota especialmente en los discursos de Sànchez Santos, que estudiaba idiomas en la Escuela Nacional de Comercio y además daba cursos de filosofía. En 1880 publicò su primer artículo en La Voz de España; pero escribía también para El Nacional, Gil Blas, El Universal y La Voz de México, diarios capitalinos; sus artículos también podían leerse en El Amigo de la Verdad publicado en Puebla y en El Estandarte de San Luis Potosì.

En 1883 cuando Manuel Gonzàlez ocupó la presidencia y Porfirio Dìaz a intervalos, el gobierno de Oaxaca, Victoriano Agûeros fundó El Tiempo diario catòlico y opositor al gobierno gonzalista. Trinidad ocupó un puesto de redactor e inició sus triunfos periodísticos, al escribir en colaboración con Agûeros, una serie de artìculos en contra del pago propuesto por el gobierno para saldar la Deuda Inglesa. Lograron la suspensión de las negociaciones. En el mismo diario publicaba Sanchez Santos sus “Guerrillas”, serie de artículos en un estilo popular, festivo y muy original que atacaban de manera abierta y con gran ironìa los defectos del régimen. Así empezó como periodista a adquirir prestigio y popularidad.

En 1889 a los treinta años fundó El Heraldo bajo el lema: “libertad en todo y para todos menos en el mal ni para los malvados”. Contenìa certeros editoriales, artículos de polémica principalmente oponiéndose a la enseñanza laica. Prosiguiò Sànchez Santos la publicación de las “Guerrillas”, escritas en un estilo netamente mexicano, adoptando giros y modismos populares; era veraz y exacto en sus descripciones, encontró siempre el lado satìrico de los hechos o la manera divertida de ridiculizarlos. Describìa detalladamente y con gran fidelidad los acontecimientos de interés público, mediante la caricatura literaria; profundizò en los problemas dejando de lado la sàtira cuando lo consideraba necesario. En El Heraldo se leían lo mismo ensayos históricos, noticias condensadas, que consejos útiles para las amas de casa.

Don Porfirio ocupó de nuevo la silla presidencial. Don Trinidad al analizar la situación del país, consideró que una autoridad apoyada en leyes que no se cumplen, y un pueblo ajeno a dichas leyes y falto de moral, no podían constituir una nación. Por su franqueza y acometividad clausuraron El Heraldo en febrero de 1891. En la Sociedad Mexicana de Geografìa y Estadìstica, fueron famosos los discursos de Trinidad Sànchez Santos sobre los grupos ètnicos y el grave problema del alcoholismo. Formò parte de comisiones cientìficas, enviado por el gobierno, y quiso agrupar a los colaboradores de los diarios en una corporación: “Prensa Asociada de México” que no tuvo éxito. No obstante, el primero de enero de 1899 publicaba de nueva cuenta un periódico propio: El País.  Una vez más su veracidad y valentía en el campo de la oposición, el dinamismo, los adelantos de todas clases que incluìa el nuevo diario, más el estilo sencillo, objetivo y accesible fueron su mejor propaganda.

Los artículos de Sánchez Santos tienen, como documentos, un enorme valor historiográfico al consignar aspectos, características y situaciones peculiares del momento que le tocó vivir; conoció, estudió a fondo las costumbres, la problemática e idiosincrasia del pueblo. Su lenguaje pintoresco imprimió a su obra un sello auténticamente mexicano. Su actividad la desplegó toda su vida como periodista de oposición. Aprovechaba los adelantos del periodismo moderno, recibía información cablegráfica desde el extranjero, enviada por sus propios corresponsales; gracias a la diferencia horaria con Europa, se publicaban las noticias el mismo día. El País fue un “periódico independiente de a centavo”. El primer año se imprimieron quince mil ejemplares diarios.

            En El País, el 11 de abril de 1912 escribiò:

            -El más fuerte poder público que ha habido en Mèjico, ha sido la dictadura de Dìaz. Quiso hacer paz, y la hizo; quiso tener doce mil kilómetros de vìas férreas, y los tuvo; quiso hacer millonario al Gobierno, y lo hizo; quiso engrandecer la nación mediante un progreso tan rápido como denso y asombroso, y lo logró; quiso que los valores mejicanos alcanzaran premio en el extranjero, y lo alcanzaron; que nuestros hombres de saber brillasen en las más ilustres asambleas del mundo, y brillaron; que el nombre de Mèjico infundiera cariño, confianza y respeto en toda la tierra, y así fue; quiso destruir la prensa independiente, y fracasò, y luego se hundió.

  …Y vencimos.

A través de sus editoriales y artículos, Trinidad Sànchez Santos buscò la manera de reformar pacíficamente, oponiéndose a la injusticia, la violencia y sobre todo a la dictadura y las situaciones viciadas, resultado de su estructura política. Empezaba el siglo XX cuando basado en sus observaciones, señalò las consecuencias de una paz artificiosamente organizada, que favorecía un debilitamiento simultàneo tanto de la autoridad como de la economìa nacional. Durante estos años dirigió contìnuos y certeros ataques contra el caciquismo, tremendo problema social amparado a veces por las condiciones geogràficas, otras respaldado por el propio régimen. El cacique utilizó el poder y el dominio en la región que le correspondìa, con miras exclusivas a su personal enriquecimiento; se valìa de cualquier medio, principalmente la represión y el exterminio. Sànchez Santos atento a los diversos procedimientos del gobierno, analiza detenidamente este fenómeno originado por la injusticia, y lo consideró un sìntoma inequìvoco de la decadencia del porfiriato. Lo combatió con la pluma, escribiendo magníficos editoriales que retrataban fielmente los diferentes tipos de caciques, sus características, el ambiente social y político que propiciò su desarrollo. En su opinión, era una estructura política deleznable, minada por innumerables errores que la conducían definitivamente a su derrumbe.

Los Tonantes

Entre los caciques criollos que mayor daño han hecho al pueblo y a la paz, figuran los TONANTES. Llàmanse así, por una aplicación sarcástica del sobrenombre de Jùpiter. Es una variedad de Caballos de estampa, obtenida por el cruzamiento de la fatuidad y el cretinismo. Este cacique inflado, jadeante, que bracea al andar; este cacique estrellero, que diría un charro, tiene ante todo, de temible, el que jamás oye consejo ni cree que nadie, en toda la redondez del planeta, es capaz de impartìrselo.

Es el fatuo que le hace favor al sol cuando ve su luz, y le hace gran merced al aire con respirarlo, y le dispensa una gracia al oro cuando se rellena de él los bolsillos….  Publicado en El País. 15 feb.1911.

Don Trinidad en su momento hizo notar la ausencia de un sustituto capaz para ocupar la presidencia. Consideraba que: los primeros magistrados de las repùblicas no se improvisan… Expuso su punto de vista ante cada uno de los signos de inconformidad que surgían, dando siempre preferencia al aspecto humano; respecto a las huelgas que se suscitaron en esas fechas, opinò que las clases trabajadoras muy pocos beneficios obtenían a la larga, en cambio, eran los protagonistas de los disturbios y hechos sangrientos.  

El 25 de mayo de 1911 Porfirio Díaz presentó oficialmente su renuncia y la de Ramón Corral que en aquella fecha estaba en Europa. Frente a las oficinas de El País, domiciliado en la Segunda Calle de San Lorenzo, hoy, Belisario Dominguez, se congregaron multitud de personas en reconocimiento a la lealtad periodística de su director. Don Trinidad, al dirigirse a los manifestantes expresó:

                        …no hemos hecho más que cumplir con un deber de hijos del pueblo, como vosotros; pero si algún derecho tuviéramos a vuestro entusiasmo, en nombre de él os pido y os ruego, que al continuar esta manifestación, sea tan ordenada, tan pacífica, que honre al pueblo de la capital ante el mundo civilizado, y lo honre en los momentos en que tras larga servidumbre, ruge en sus labios esta palabra sublime: DEMOCRACIA.

            En esos días la circulación de El País aumentó considerablemente y se llegaron a vender cien mil ejemplares diarios, además de sacar una publicación vespertina bajo el título de El Nacional. Los diarios de Sánchez Santos fueron un termómetro que marcaba la inconformidad popular y el respeto y aceptación que tenía su director. El mismo Francisco I Madero lo reconocía:

                        Don Trinidad Sánchez Santos: la primera ametralladora que tuvo la revolución. Los editoriales de Sánchez Santos han servido más a la revolución que todos los 30-30 que teníamos en el Norte.

Nada impidió al escritor independiente y de oposición, señalar los errores cometidos por Madero. Sostuvo repetidas polémicas con el periódico maderista Nueva Era; señaló y reprobó el desorden imperante, la presencia del caciquismo, y lo que él llamó nueva dictadura integrada por el Partido Progresista y la Porra. Perseguido, amenazado, hostilizado, Trinidad Sánchez Santos, sin causa legal, estuvo recluido e incomunicado durante seis días. Lo dejaron salir de la Penitenciaría del Distrito Federal para que se exiliara voluntariamente. No acató esta sugestión. Sin amedrentarse, en El País mantuvo la oposición con sus editoriales, que dejaron de aparecer el día de la muerte de don Trinidad, el 8 de septiembre de 1912. En su obra consignó problemas y lacras sociales de México que aún saltan a la vista en el acontecer cotidiano, más de cien años después de que las señalara el autor, aunque adecuadas a nuestro siglo XXI digital, sintético, epidémico y aún más amenazador.                                                                                   

 

María Teresa Bermúdez