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Relatos

Aventuras de Serapio Zorrillo

By 21 septiembre, 2022noviembre 29th, 2022No Comments

Para Salberra y sus bisnietos: Emilia e Ian.

¡Ay, calor! dijo un zorrillo revolcándose en la nieve.

Se estiraba y daba maromas para sentir lo fresquito, mientras el ardiente sol quería derretir  la blanca falda del Volcán.

Pasó por allí un tlacuache, caminando de puntitas.

-!Ey! don Tlacuache Cachivache, ¿A dónde tan de prisa?

-No tengo prisa, don Zorrillo, nomás mire usté  mis uñas, ya parece que me las pinto de morado; y es el puro frío que me las puso así. Quiero escabullirme de esta heladura.

-¿Pos a dónde fue, don Tlacuache?

-Subí a refrescarme un tantito y a buscar algún follaje verde y fresco, allá abajo está la tierra achicharrada. Suerte la de usté que tiene las patitas forradas, así no le cala tanto la frialdad ni la calor, don Zorrillo.

-¿Y qué tal la calor, don Tlacuache? este solazo ora sí que ya nos tiene fritos.

-Pos sí ¿verdá? ¡Hacen harta falta los árboles! Suba usté hasta la laguna, don Serapio, hasta el mero cráter y échese un chapuzón; ¡l´agüita está rete sabrosa!

Obediente, subió don Zorrillo hasta la punta del Nevado de Toluca. Bajo su vistosa pelambrera negra y blanca se derretía dejando charcos. Desde una piedra saliente se aventó,

de flechita y sin pensarlo, al frescor del agua. Iba tan acalorado, disfrutaba de tal manera el líquido en la laguna del cráter del volcán, que ni cuenta se dio cuando toditito a su alrededor se fue poniendo rete oscuro, negro, negrísimo. Una tremenda corriente, sin pedirle su parecer, lo arrastraba al remolque.

La Culebra Tenebra, larga, verde, contoneándose muy seductora, al verlo tan apurado le dijo de pasada con una encantadora sonrisa:

-¡No se arrugue, compadre Zorrillo, nomás póngase flojito y déjese llevar!

El pobre Serapio Zorrillo sin control de las circunstancias, de tantísimo terror cerró bien fuerte los ojos, aguantando la respiración pa´no ahogarse. Después de un rato largo, largo, larguísimo, de sentirse arrastrado por quién sabe qué, a quién sabe dónde,  se percató de poder agarrar resuello.

Abrió los ojos despacito, poco a poquito, la visión se le fue aclarando. Allá muy pero mucho muy lejos alcanzó a distinguir algo de claridad. Flotaba sin zozobra, cuando  percibió unos pequeños manchones que se movían.  Esforzándose, pasado tanto susto y aspaviento, cuando pudo alcanzar a ver mejor, se dio cuenta que estaba en una tibia superficie, serena, ni una olita la meneaba, parecía una deliciosa tina. Patos prietillos, desconocidos, nadaban a su alrededor ¡tan panchos! muy quitados de la pena. Al verlo tan azorrillado, le echaron un alita ayudándolo a salir, para que descansara sobre las enormes rocas blancuzcas, medio amarillentas, salpicadas de agua.

-¿Dónde estoy?

-¡En la Laguna de Alchichica! le contestaron a coro los patos, y siguieron nadando como si don Serapio Zorrillo no existiera.

-¡Pero si yo andaba en el Nevado de Toluca! pensó, más atarantado que nunca.      El sol derretía con furor y Serapio Zorrillo buscó algún lugar donde guarecerse.  Estaba en un paisaje árido, ni un triste arbolito se columbraba. Caminó sin ton ni son, sin divisar ni una íngrima sombrita. Mucho después, ya casi desmayado, Serapio Zorrillo se quedó bajo una enorme yuca. Parecía un candelabro maltrecho, por el titipuchal de garzas blancas, que dormían una siestecita, encaramadas entre sus  hojas, tan tiesas, puntiagudas, abrillantadas por el solazo de aquel medio día.

Don Zorrillo, apesadumbrado de fatiga y bochorno, como pudo se acomodó en un huequito fresco que le ofrecía el tronco, a ras de tierra. Al sentir la presencia, que no el olor de Serapio, una de las garzas abrió un ojo vigilante.

-Buenas tardes, señora Garza.

-Buenas y calurosas, don Zorrillo.

-¿Sería usted tan amable de decirme dónde nos hallamos?

-Mire usted, don Zorrillo, allá a lo lejos se ve el Pico de Orizaba.

-¡Válganos Dios, doña! si yo me di un chapuzón en el Nevado de Toluca.

-Pues ya ve usted, don Zorrillo, ahora ya estará su merced enterado de que hay lagunas que se conectan por debajo de la tierra, y luego van a dar hasta la inmensidad de la mar. O desde este sitio donde nos encontramos, hasta el mero Golfo de México, pues a según, esta Laguna de Alchichica es un brazo de mar. De usted gracias de que la corriente no lo arrastro hasta allá, don Zorrillo, hubiera sido su último viaje, ¡y ni Dios lo mande!

-¡Ánimas benditas! Soy Serapio Zorrillo, para servirle a Dios y a usté, doña Garza, y dígame señora, ¿cuál es su gracia?

-Yo soy Teodolinda Garza Laguna, la mismita emplumada a quien tiene usted enfrente, don Serapio.

-Pos sepa usté doña Teodolinda, yo lo único que quería era estar más fresco. Oiga, doña, usté que vuela tan alto, ¿por qué no le dice al sol, que ya dialtiro le baje tantito al calorón?  ¡Nos trae refritos!

-Disculpe usted, don Zorrillo, el sol poco tiene que ver en esto, o como quien dice, no le toca ningún cirio en este velorio. Nomás eche un vistazo a su alrededor, este lugar en el cual nos encontramos, es una zona casi desértica, que las garzas ¡a chaleco! tenemos que sobrevolar. Mírenos a nosotras, apenitas si encontramos esta triste yuca que con trabajos nos sostiene, y la lluvia, ¡ni sus luces!  Y todo nomás por la tala, ¡cortan y cortan árboles y toditito se entristece, se achicharra!

-¡Peligro don Serapio! ¡Protéjase, mi alma, que ahí viene a toda carrera un enorme remolino, de esos que dicen que  hace girar el mismísimo demonche!

La tolvanera chupándose al zorrillo lo elevó por los aires. Serapio a las volteretas, dando maromas entre cardos, plásticos, papeles, desperdicios, igual que en el agua, no le quedó otro remedio que dejarse llevar. La arena, la polvareda obligándolo a cerrar muy fuerte los ojos, le hizo olvidar el sol, el torbellino, volaba sin alas,  nomás apachurrándose la nariz para no estornudar.

De repente, sin saber cómo, ni cuánto tiempo había pasado, una sensación de seguridad y abrigo lo envolvía; cuatro ojos enormes lo miraban extasiados y unos brazos cariñosos lo tenían abrazado acurrucándolo.

-¿Se puede quedar el zorrillito con nosotros?

Serapio Zorrillo se arrebujó en los brazos de los niños sintiendo su apapacho. No pensó más en las corrientes subterráneas, ni en los remolinos, ni en el ardiente sol, mucho menos en enojarse y soltar su apestoso hedor.

 

María Teresa Bermúdez

San José Tzal – Verano 2022