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Relatos

Oscar

By 25 julio, 2022No Comments

Las manos hacen, dan, quitan, trabajan. Tienen cinco dedos, significado de las cinco partes del cuerpo humano, el número perfecto, el Microcosmos Hombre de acuerdo a Pitágoras. La mano es igualmente protección y autoridad, poder y energía. Acarician, abofetean, revelan, comunican. Enlazadas expresan hermanarse por amor o ante el peligro.

El pequeño miraba al tío con admiración y confianza. Caminaban por el umbroso bosque de neblinas y silencio, rumbo a la reserva de venados para que Hans-Paul, los observara en su hábitat.

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Me sentía cansado, muy adolorido, apenas podía moverme. Tanto forcejear me libró de la molesta soga que me ataba. Temblando todo yo, mi cuerpo no me obedecía, miré, olfatee, desesperado de no saber en dónde estaba. Mis pezuñas padecían la dureza del suelo, mis patas adoloridas mal me sostenían.

Mordisqueando unas plantas me dolió otra vez el pescuezo, esta vez el dolor era por dentro, muy intenso, me llevó lejos, muy lejos, al umbroso bosque de neblinas y silencio. El sol estrenaba un nuevo día, sus rayos, los cariñosos topecitos y lengüetazos me quitaron la modorra. Acicalado con su ternura nos fuimos juntos a beber al arroyo. En un instante la quietud se trastocó en estruendo: ¡voces, luces, gritos!

Vivimos momentos atemorizantes, desconocidos, después oscureció.

Algo áspero me aprisionaba. Al volver la claridad me asusté, sentí terror cuando me tocaban, era extraño, no podía huir, hacían ruidos, un tufo horrendo me alertó, no oía bramar, no veía pezuñas, ni grandes ojos, ninguna cornamenta. Faltaban los árboles, el aroma, las neblinas, el silencio del bosque.

Mientras rumiaba sentí una fuerza desconocida. Quería estar en mí sitio. Golpeando cuanto encontré cerca, ciego de rabia, de tristeza, un empellón de mis pezuñas abrió un hueco. ¡Salí despavorido!

El olor a yerba, la sombra de los árboles, me hicieron sentir mejor, cuando en instantes, varios perros enormes me gruñían y enseñando sus feroces colmillos me ladraban a coro. Volví a correr entre sonidos extraños, gritos, encandilado por el estruendo, titiritaba de espanto.

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Aquel domingo las sonoras campanas del vecindario, calladitas hasta las misas de la noche, dormían tras la siesta. Frithjof, afanado en el jardín, abrió la puerta al escuchar voces, timbrazos apremiantes.

Tobías, muy acalorado, tartamudeando, balbuceaba incongruencias. Jaló a Frithjof de la manga, abrió la puerta del Bocho, y un hermoso venadito entornaba sus enormes ojos azorados. Estaba furioso, incómodo, tratando de zafarse del abrazo con que la mujer de Tobías lo apretaba.

Tobías, explicó que en la calle de General Frontera, allí a la vuelta se atoró el tráfico, ningún coche se movía, bajó del Bocho y la gente correteaba a un animalito. Cuando cuenta se dio lo tenía entre sus brazos. Era esa preciosa cría aterrorizada.

Sin pensarlo se lo dio a su mujer… al volver a pensar se percató del problema.

-¡En esa puerta azul vive el Arqui…! El Arqui tiene un lugar en Xalapa. ¡Vamos a dejárselo! Seguro que él lo cuida, nosotros no tenemos ni dónde ponerlo y el animalito ya sufrió bastante.

Frithjof abrazó al bebé como si lo conociera desde siempre, con mimo y cuidado lo metió a la casa. Los chiquillos de Tobías vendrían a verlo otro día. Axel y Fusco empezaron una ladradera espantosa contra el intruso. Frithjof cerró la reja del patio, ya sin peligro, depositó al bebé sobre sus temblorosas patas. Acariciándolo, le hablaba con todo cariño, como a un amigo de toda la vida.

Era una cría hermosísima, el lomo cuajadito de manchas blancas, orejas y colita inquietas, ojos desorientados que seguramente buscaban a la madre. Sin idea de qué come un venado bebé, le pusimos leche que ni siquiera olisqueó. El menú de manzanas y zanahorias ralladas, un tazón de agua fresca, lo fueron aquietando, a la par que los mimos y las palabras.

Hans-Paul y Ximena regresaron volados en sus bicis desde casa de los abuelos. La emoción no tenía límites. Era la magia de un cuento de hadas tener al venadito en casa, aunque Fusco y Axel ladraran furiosos demostrando su inconformidad. Una mesa vieja se acomodó en el rincón atrás del pino, para que el venado, tuviera techo y una habitación propia.

En un dos por tres las vecinas, Beatriz, Percy, y también doña Julia, se enteraron del suceso apersonándose luego, lueguito, para conocer y darle la bienvenida al recién llegado, que ya sentíamos parte de la familia y del vecindario.

Superada la sorpresa, hechos los arreglos para que el nuevo inquilino de Árbol 8 se sintiera a sus anchas, nos sentamos todos en el jardín para hacernos amigos. Mientras el nuevo inquilino seguía rumiando, nos revisaba y se dejaba querer. Al rato entramos a la sala. El venadito, paseándose por las ventanas del frente justo a su altura, curioso, nos observaba, en lo que plácidamente la comida que había aceptado sin fruncir la nariz, desaparecía del plato de madera. Se acercaba a la reja para provocar el escándalo perruno que no lo inmutaba, y proseguía sus paseos para ver y ser visto.

Nosotros, nos hacíamos cruces con su aparición. ¿Cómo pudo sobrevivir en una zona de tráfico tan intenso? Tenía el pescuezo luido por el roce de un mecate delgadito que le quitamos. ¿Lo tendrían amarrado en algún lugar?

En un momento dado, sintiéndolo ya muy querido, parte de la tribu, yo pregunté: ¿Y cómo se va a llamar el venado? Casi a la par contestó Frithjof: El venado se va a llamar Oscar.

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A fines de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial la presencia del otoño había hecho descender drásticamente la temperatura. El frío se dejaba sentir en toda su crudeza, tanto peor en Stalingrado, la antigua San Petesburgo, el frente ruso que los alemanes intentaban desde hacía meses doblegar, y donde el doctor Brauns desempeñaba su oficio.

La guerra, sinónimo de ambición, dolor, muerte, sufrimientos sin fin, mantenía el cobro de su sangrienta cuota. Llevaban meses de penurias y tristezas, de cerrar ojos sin vida, enterrar cuerpos inertes, mutilados, escuchar lamentos imposibles de mitigar. Cumplían su deber. Se trataba de matar o morir en aras de una amada Patria.

La caja de cirugía ambulatoria contenía lo necesario, pero el dolor impuesto, que nunca ha sido necesario, se rebelaba ante tanta crueldad. Hasta el detalle se había estudiado, organizado, planeado, la estrategia que les daría la victoria. Y la victoria no llegaba. El frío, lo mismo que a Napoleón Bonaparte en el Siglo XIX, no concedía tregua, los hombres, las mujeres, cuando no perdían la vida, perdían su integridad física, perdían su cordura.

En un helado atardecer de tonos grises, sobre la nieve congelada seguían apilándose miles de millones de blancos copos, helados, danzarines, silenciosos. Se dispersaban como una inmensa túnica blanca. La frialdad atería, contrariando a la vida, negaba la movilidad, respirar escarchaba el cuerpo y el alma. A la enfermería llegó la apremiante noticia. El comandante de la sección era trasladado en severas condiciones tras el reciente ataque.

El doctor Brauns aspiró hondo buscando fortaleza entre tanta desazón. Los médicos rodearon al hombre para emitir su diagnóstico. No estaba herido. Tenía las manos congeladas. Un hombre joven. El veredicto unánime señaló la necesidad de amputarlas.
El doctor Brauns, tranquilo, se acercó para revisar al comandante Lampert. Habló con él, y después, pausadamente explicó:

-Intentaré salvar las manos del comandante. Si en el transcurso de esta noche, no mejora, procederemos de otra manera.
El congelamiento, aparte de dolor muy intenso provoca graves sufrimientos, daños espantosos, algunos irreversibles. Quizás la piel, tal vez los tejidos, ya estaban deteriorados. Podían empezar a estrecharse los vasos sanguíneos. El tono blancuzco, las ampollas son tal vez buenas señales. Sea como fuere, la situación es sumamente grave. El doctor Hans-Paul Brauns observa analizando los detalles. Volver a dar calor a los miembros congelados causa al paciente dolores muy intensos. Puede incluso producir gangrena.

Contaban con muy pocos medios. Preparó varios tantos de café y los puso a calentar en una hornilla. El comandante Lampert, un hombrón imponente por su estatura y su carácter, aceptó la decisión. Algunos sedantes lo ayudarán a soportar. Valía la pena intentarlo, sería un sufrimiento espantoso, que al final de cuentas le permitiría vivir en un cuerpo íntegro. Imaginar la vida sin manos, con su actividad y energía, le provocaba a Lampert las peores angustias.

Se preparó el espacio lo mejor que se pudo, intentando que el clima del exterior, no dominara el ambiente de la tienda de campaña. El doctor Brauns, se puso a conversar en animada plática, al mismo tiempo que cuidadosa y sabiamente, masajeaba con café tibio las manos, los dedos, las muñecas, para deshelar e infundir movilidad. Quería obligar al comandante a permanecer despierto, vigilaba sus reacciones.

Fue una prolongada terapia en la que el percance hacía sentir sus consecuencias. Paciencia, mucho tacto, manos sanadoras, conocimiento y amor, utilizó el doctor Brauns durante esa larguísima noche de aflicción, terribles punzadas, quejidos, sollozos ahogados.
Al despuntar el amanecer seguía nevando, el frío arreciaba. Poco a poco iban disminuyendo las dolencias, el paciente sentía lentamente un sosegado sopor, percibiendo alivio.
El terror sin tregua del entorno abrió un hueco de esperanza. Un hombre, sumido en el horror de la pesadilla fue cayendo en un sueño tranquilo, que lo resarcía de pesares.
El dolor en momentos se dejaban vencer por la oficiosidad de otras manos, que frotaban con intuición y pericia, las articulaciones, los músculos, estrujando la frialdad de los huesos al buscar derrotarla, suave algunas veces, con más energía en otras. Devolviéndoles la vida al contacto de la calidez y afecto que generaban, humedecidas en el café tibio.

Al cabo de horas, que les parecieron infinitas, tras angustias, sobresaltos, comprensión, y tolerancia por ambas partes, esas manos engarrotadas, insensibles, empezaron a sentir, adquirían tono, el frío daba paso a cierta flexibilidad que apenas se adivinaba. La energía, amorosa, consiguió muy despacito vencer la tiesura del congelado entumecimiento.

La luz del día, sin mudar los matices del gris al más oscuro, mantenía el termómetro en su marcación bajo cero. El ánimo, en el improvisado Hospital de campaña irradiaba alegría. El comandante Lampert observó atónito sus dos manos, podía sentirlas, volver a moverlas, lentamente lo lograba y el dolor desaparecía. El milagro ocurrió en una fría noche de Leningrado. Oscar Lampert le dijo a Hans-Paul Brauns, que él sería padrino de bautizo del primer hijo varón que tuviera y lo cuidaría siempre.

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Oscar el venado llegó a la casa de Árbol 8, el tres de octubre de 1992 a la tardecita. A esas mismas horas moría en Bruchsal, Alemania, Oscar Lampert, el entrañable padrino de bautizo de Frithjof, que cumplió su promesa.
En los años setenta, cuando vivimos en la ciudad de Bruchsal, el tío Oscar iba con Hans-Paul, el hijo de Frithjof, a visitar a los venados. El doctor Brauns, quizá desde otra dimensión, otro espacio, tal vez los miraba feliz, conmovido de que Oscar Lampert y su nieto Hans-Paul pasearan tomados de la mano.

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Oscar, el venado cola blanca, se quedó aproximadamente dos meses en la casa, dificultoso tiempo en el que buscamos un sitio adecuado para nuestro querido huésped, que crecía por momentos. Supimos que un venado enfurecido puede degollar con sus pezuñas. Oscar se dejaba acariciar, entraba a la cocina mientras le rallábamos su fruta.
El problema consistía en abrir la puerta y que se nos fuera a escapar, por suerte, si alguien lo abrazaba se quedaba quietecito. Daba gusto verlo cada mañana, brincar y hacer piruetas por todo el jardín. Axel y Fusco le ladraban pero ya sin enojo, y se acercaban a la reja para olisquearse.
La búsqueda de un hogar para Oscar fue ardua. Quisieron adoptarlo en Xalapa, unas personas que tenían animales salvajes, venados y hasta un oso con manicura, es decir, que el oso carecía de uñas. Sus dueños consideraron un peligro las manazas enormes, y aún más peligrosas las filosas uñas de Bruno.
Visitamos el lugar y al ver que los venados vivían en cautiverio, decidimos no donarlo. Un amable veterinario, nos dijo que con pasaporte, podríamos enviarlo en avión a la reserva de no sé dónde…
La vida acomoda los acontecimientos. Cerca de Perote abrieron ese año, un espacio para cortar árboles de navidad cultivados, como atracción especial habría una amplia zona alambrada donde muchos parientes de Oscar pastaban en libertad, rodeados de bosque, neblinas y silencio. Preguntamos si querían adoptarlo, con la certeza de que estaría en un sitio agradable, acompañado de sus congéneres, bajo vigilancia de un buen veterinario especialista en la especie y decidimos enviarlo.
El traslado fue otro brete. Sólo podía viajar de noche, en una caja especial. Al chofer lo acompañaba la persona que le pondría un sedante específico, con la dosis exacta para evitar lastimarlo. Llegada la fecha tuvimos duelo en la calle de Árbol.
Oscar se emberrinchó. No hubo poder humano, que lo metiera en la caja con tres orificios, donde debía viajar sentado, para que respirara pero no viera, pues los venados son sumamente nerviosos, empecinados, y de un coraje pueden estirar la pezuña.
Al segundo intento, mejor planificado, Hans- Paul se metió a la caja y le acomodó dos chocolatitos que a Oscar le encantaban. Lo sedaron con una inyección para evitarle rabietas; a la madrugada supimos que llegó sano y salvo, al Rancho Silvícola El Ciclo Verde, en Las Vigas, Veracruz.
Oscar fue en esos años la mayor atracción. Los dueños, amablemente nos dieron una llave, y cada quince días en cuanto oía el claxon, se acercaba a la alambrada, comía su dotación de zanahorias y al despedirnos nos daba a todos, lengüetazos de cariño.
Trece años lo visitamos cada quincena, hasta el día en que el ranchero cuidador de los venados, se enfermó de gravedad y fue hospitalizado. Como cada mañana, otra persona quiso entrar para alimentarlos. Oscar al desconocerlo, con sus fuertes manos y pezuñas defendió a su manada. El hombre tuvo que golpearlo. Oscar murió a los pocos días en el umbroso bosque de neblinas y silencio.
La vida es un caleidoscopio de prodigios.

María Teresa Bermúdez
Verano 2022